Por décadas, las salas de cine en Costa Rica no solo fueron espacios para disfrutar del séptimo arte, sino también lugares de encuentro social, expresión cultural y memoria colectiva. Antes del auge de los múltiplex en centros comerciales o de las plataformas digitales, el cine era una experiencia que se vivía de forma íntima y comunitaria.
En San José y otras ciudades del país, varias salas marcaron un antes y un después en la relación de los costarricenses con la gran pantalla. Algunas de ellas han desaparecido; otras se han transformado. Pero todas, de alguna manera, siguen latiendo en la historia del cine nacional.
Uno de los más emblemáticos fue el Cine Variedades, ubicado en el corazón del centro josefino. Fundado en 1891 como un teatro y reconvertido a cine en 1920, se convirtió en la sala más antigua de Centroamérica en funcionamiento hasta su cierre en 2021 por trabajos de restauración. Con su arquitectura clásica y su marquesina imponente, el Variedades fue testigo de estrenos memorables, funciones dobles, matinés de fin de semana y encuentros culturales de todo tipo. Para muchos, era el cine por excelencia: aquel donde vieron por primera vez una película en pantalla grande, donde se enamoraron del cine europeo o donde escucharon hablar de “cine de autor”.
Otro ícono fue el Cine Líbano, ubicado en el barrio chino, cerca de la actual zona del Mercado Central. Aunque menos glamoroso que el Variedades, el Líbano tenía una fidelidad popular envidiable. Sus funciones atraían a público de todas las edades y su programación solía incluir tanto cine comercial como algunas joyas internacionales. Fue cerrado hace años, pero todavía se le recuerda como parte de una red de salas que mantenía vivo el circuito cinematográfico en la capital.
En Heredia, el Cine Los Ángeles dejó una huella profunda. Inaugurado en la década de 1950, operó durante varias décadas antes de transformarse en un espacio alternativo para eventos comunitarios. Su enorme sala, techos altos y cortinas pesadas le conferían un aire solemne que hacía de cada función algo casi ceremonial. Era uno de esos cines donde las filas para ingresar daban la vuelta a la cuadra y donde los estrenos eran verdaderos acontecimientos locales.
Otro caso destacado es el del Cine Capri, ubicado sobre el Paseo Colón, famoso por ser una de las primeras salas con aire acondicionado y pantalla panorámica en el país. Su legado fue breve pero significativo, albergando funciones de clásicos de Hollywood y algunos de los primeros festivales de cine alternativo que se empezaron a programar en los años setenta.
También existió el Cine Rex, una sala cuya memoria permanece viva entre los adultos mayores de San José. Situado a pocos pasos de la avenida central, ofrecía funciones económicas y una cartelera que abarcaba desde clásicos hasta cintas independientes. A diferencia de otras salas, el Rex era conocido por su enfoque más cinéfilo, atrayendo a estudiantes, artistas y bohemios que encontraban ahí un espacio de escape y reflexión.
Y no se puede dejar por fuera al histórico Cine Hilton, también conocido posteriormente como Cine Reforma. Este emblemático cine de San José fue por años uno de los favoritos del público capitalino. Su ubicación estratégica y su variada programación lo convirtieron en un punto de referencia tanto para estrenos de películas como para ciclos temáticos. Con el paso del tiempo, el Cine Hilton cambió de nombre y funciones, hasta cerrar definitivamente sus puertas. Hoy, permanece en la memoria de muchas personas como uno de los espacios más entrañables para vivir la magia del cine.
El cierre de estas salas, en su mayoría durante las décadas de 1990 y 2000, no sólo respondió a transformaciones tecnológicas o comerciales, sino también a cambios en los hábitos de consumo cultural. La llegada de los cines en centros comerciales y, más recientemente, las plataformas de streaming, modificaron radicalmente la forma en que el público accede al cine. Sin embargo, en los últimos años, ha surgido un renovado interés por rescatar estos espacios o por reinterpretar su función. La reapertura del Cine Magaly, por ejemplo, ha demostrado que todavía hay público para salas con programación curada, cine internacional y una experiencia más personal y menos industrializada.
En este contexto, la recuperación del Cine Variedades, impulsada por el Ministerio de Cultura y Juventud, se presenta como una esperanza para quienes creen que el cine sigue siendo más que una pantalla: es un ritual compartido, una sala oscura donde nacen emociones y se construyen recuerdos.
Recordar los cines históricos de Costa Rica es también reconocer cómo estos espacios moldearon generaciones, promovieron una cultura cinematográfica diversa y ofrecieron a miles de personas la posibilidad de soñar, reír, llorar y cuestionarse a través del cine. Y aunque muchas de esas salas ya no existan físicamente, su historia sigue proyectándose, con nitidez, en la memoria colectiva del país.