Marilyn Monroe: La Actriz detrás del Mito

Marilyn Monroe: La Actriz detrás del Mito

I

El 1 de junio de 1926 nacía en Los Ángeles, California, Norma Jeane Mortenson. Hoy, 97 años después, el mundo entero la recuerda como Marilyn Monroe, pero, ¿cómo la recordamos? Desde su fallecimiento en 1962, a la edad de 36 años, el paso del tiempo la ha elevado al estatus de ícono hollywoodense. Su cabello rubio, corto y ondulado, sus labios siempre rojos y el lunar cercano a estos, han pasado a formar parte del arquetipo de belleza femenina en la época de mayor prestigio del séptimo arte estadounidense. Cualquiera que sepa algo sobre cine, aunque sea mínimo, ha oído hablar de Marilyn Monroe y su insuperable glamour. Pese a ello, es común encontrarse con personas aficionadas al cine que todavía no han visto algún largometraje protagonizado por la actriz.

Este escenario, sin dudas lamentable, parece una consecuencia natural del advenimiento de una era según la cual el culto a la celebridad, es decir, a la figura reproducida en los medios, puede prescindir del talento de esta. Dicho así, al imaginario colectivo le basta sólo la imagen de Monroe como emblema de la sensualidad y la encarnación de uno de los mayores modelos de la revolución sexual de los años sesenta. Acompaña consigo, además, el tropo de la belleza trágica: la historia del cine parece incapaz de desligar a la estrella de su infancia turbulenta, sus relaciones amorosas y sus adicciones. Así como sucedió con Blonde (2022), el infame largometraje de Andrew Dominik, basado en la novela homónima de Joyce Carol Oates, muchos otros han sido los intentos fílmicos que, al retratar la vida de la estrella, prestaron atención únicamente a sus polémicas, realzando los defectos de la actriz en detrimento de su legado actoral.

Podemos dejar para otra ocasión nuestro comentario sobre estas adaptaciones biográficas, y mejor nos enfocamos en los párrafos siguientes a celebrar su talento. No siempre se habla, por ejemplo, que Monroe, en su intento por perfeccionar sus dotes como actriz dramática, recibió clases de Constance Collier, tutora de Katharine Hepburn y Audrey Hepburn. Monroe incluso llegó a estudiar actuación de método con Lee Strasberg, el prestigioso instructor con quienes trabajaron muchas estrellas desde Paul Newman hasta Robert De Niro. Y, aunque las interpretaciones más célebres de la actriz fueron por sus roles cómicos, a menudo se olvida que uno de ellos la hizo merecedora del Globo de Oro por su protagónico en Some Like It Hot (1959), la brillante comedia de Billy Wilder.

La carrera actoral de Monroe también contó con momentos que marcaron un antes y un después en la historia del cine hollywoodense: la estrella protagonizó, junto con Lauren Bacall y Betty Grable, How to Marry a Millionaire (1953), el primer largometraje en ser filmado en CinemaScope. La comedia dirigida por Jean Negulesco, lastimosamente, a pesar de haber empezado primero su producción en este nuevo formato fílmico, no pudo ser estrenada antes que The Robe, un largometraje del mismo año producido también en ese formato anamórfico e, igualmente, por el estudio 20th Century Fox.

Otro de los grandes logros actorales de la actriz estuvo relacionado con esta productora, pues a inicios de los años cincuenta su contrato estipulaba un menor pago en comparación con otros compañeros de trabajo, pese a que Monroe figuraba ya como una de las estrellas más reconocidas del estudio. La disputa llegó a los tribunales y, en 1956, Monroe podía presumir de haber ganado una contienda laboral contra un gigante de la industria cinematográfica. La búsqueda por una igualdad salarial y el cansancio por roles que sólo requerían de sus atributos físicos, llevaron a la actriz a fundar su propia productora de la mano del fotógrafo Milton H. Greene. Aunque Marilyn Monroe Productions no pudo ser capaz de financiar más que The Prince and the Showgirl (1957), una comedia romántica británica protagonizada por la actriz, le permitió a ella asegurar su carrera actoral, negociar sus contratos e involucrarse en las decisiones creativas de sus otros largometrajes, tal como sucedió en Bus Stop (1956) de Joshua Logan.

II

La carrera artística de Marilyn Monroe empezó en 1947 y creció sin descanso hasta 1961, un año antes de su fallecimiento. Aunque para inicios de los años cincuenta, la actriz figuraba ya hasta en un máximo de cinco producciones anuales, sus apariciones tempranas en la pantalla grande resultaron ser papeles de menor tamaño, algunos incluso sin acreditar. Su primer rol protagónico lo obtuvo en Ladies of the Chorus (1948), un largometraje romántico dirigido por Phil Karlson y producido por Columbia Pictures. El escaso desempeño económico del filme y la poca estadía en cartelera, hicieron que el estudio decidiera no renovar su contrato con la actriz. Los últimos años de la década de los cuarenta no llegarían a solucionar la situación: en Dangerous Years (1947), el primer papel de Monroe, su participación quedaría relegada a ser brevemente la mesera de un restaurante. En Love Happy (1949), a cargo de David Miller y protagonizada por los hermanos Marx, la actriz tendría acaso una pequeña escena con Groucho Marx.

En 1950, Monroe tuvo un par más de esos pequeños papeles, pero el alcance de ambas producciones significó un cambio considerable para su carrera: el más importante de estos filmes, la galardonada All About Eve, dirigida por el prolijo Joseph L. Mankiewicz, llevaron a la ascendente estrella a compartir pantalla con actrices como Bette Davis y Anne Baxter. La segunda producción, The Asphalt Jungle, el film noir del mítico John Huston, a pesar de que contaría con Monroe por poco más de diez minutos, haría uso de su imagen como centro promocional de los afiches oficiales.

El éxito estelar y comercial de la actriz llegaría inevitablemente en 1953, al estrenar tres de los largometrajes más emblemáticos de toda su carrera: Niagara, un film noir a color, Gentlemen Prefer Blondes, una comedia musical, y la ya mencionada How to Marry a Millionaire. Sin embargo, la grandeza de su talento y la amplitud potencial de su rango como actriz habían quedado demostradas un año antes en Don’t Bother to Knock (1952), un thriller psicológico dirigido por el inglés Roy Ward Baker, y basado en la novela Mischief (1951) de la escritora Charlotte Armstrong. Previo a la producción de este filme, Baker había firmado un corto contrato para trabajar con 20th Century Fox, y tan sólo al año siguiente regresaría a Reino Unido, en donde llegaría a dirigir A Night to Remember (1958), una de las adaptaciones más importantes sobre el hundimiento del Titanic, y dedicaría los últimos años de su carrera al cine de terror.

Es interesante señalar la ulterior metamorfosis en la filmografía de Baker, dado que Don’t Bother to Knock mostraba ya ciertos matices del género de terror en la construcción del personaje de Monroe y su carácter interpretativo. Acá, la actriz encarnaba a Nell Forbes, una joven recién llegada a Nueva York. Su tío, el operario de ascensor de un hotel de la ciudad, le ha conseguido un pequeño trabajo como niñera por una noche, pues un par de huéspedes necesitan a alguien que les cuide a su hija mientras asisten a un importante evento en las inmediaciones del edificio. Nell, quien inicialmente se presenta como una joven inocente, servicial y agradecida por la oportunidad laboral, pronto empieza a probarse las pertenencias de la huésped que la ha contratado, y aprovecha la estancia en la habitación para encerrar a la niña y coquetear con el hombre de un dormitorio cercano.

De manera que avanza el argumento del filme, este último sujeto comienza a desenmascarar la farsa que ha construido Nell a lo largo de la noche y, eventualmente, sus sospechas nos revelarán el trágico pasado de la joven: su llegada a la ciudad se debe a que había pasado los últimos años de su vida internada en una institución psiquiátrica, debido a un intento de suicidio causado por la muerte de su anterior pareja, un piloto que tuvo un accidente aéreo durante la Segunda Guerra Mundial. El trauma de su tragedia es detonado puesto que el hombre que ha invitado a su habitación también es un piloto.

Decía hace un momento que la actuación de Monroe en esta obra posee matices cercanos al cine de terror y, con ello, me refiero al marcado contraste que la audiencia puede notar en su interacción con la niña que le han dejado a cargo. Conforme crece el trauma psicológico de Nell, mayor es la perversidad de su trato con la infante: desde el punto de vista de su delirio, la niña representa una amenaza, un obstáculo que le impide reencontrarse su piloto y, en consecuencia, esa molestia debe ser eliminada, a tal punto que, en los últimos minutos del largometraje, Nell pondrá en riesgo la vida de la menor de edad.

Don’t Bother to Knock representa un caso atípico en la filmografía de la actriz, puesto que la oscuridad de su personaje quedaría opacada por la oferta constante de roles de comedia en los años posteriores. Revisitar este largometraje nos permite ser testigos del potencial que Monroe no pudo explotar a plenitud: su cándida faceta en el primer acto, pronto da paso a un semblante de constante fragilidad emocional; su mirada delirante y perdida entre la multitud del hotel que la juzga y acorrala al final del filme, se contrapone con esa mirada amenazante y su terrorífica presencia entre las sombras que habíamos presenciado tan sólo unas escenas antes en la habitación.

Sin embargo, un aspecto que sí se mantendría en otros de sus siguientes trabajos, sería el carácter trágico de sus personajes, pero ahora destinados a sufrir ante los designios de alguien más. Un ejemplo preciso de ello es Niagara (1953), el film noir mencionado hace unos párrafos atrás, y que fue dirigido por Henry Hathaway, el cineasta que años más tarde estaría a cargo de True Grit (1969), el western protagonizado por John Wayne. Niagara sería, además, uno de los primeros éxitos comerciales de Monroe, uno de los pocos representantes del cine noir que no fueron filmados en blanco y negro, y también unas de los últimos largometrajes de 20th Century Fox producidos en Technicolor, antes de dar el eventual salto al CinemaScope.

En Niagara, Monroe interpreta a Rose Loomis, una misteriosa y seductora mujer que se encuentra de vacaciones con su esposo en unas cabañas con vista a las famosas cataratas. Su pareja, mayor que ella e interpretado por el reconocido Joseph Cotten, resulta ser un marido conflictivo quien sospecha de la fidelidad de Rose, a tal punto que sus obsesivos celos son motivo de escándalo en el complejo vacacional. Uno de estos infames episodios sucede en la escena más representativa del filme, cuando el personaje de Monroe, con un vestido rosa y una magnética confianza en sí misma, asiste a una fiesta con su propio disco de vinilo, canta una provocativa canción y busca con quien bailar durante la noche, sólo para ser devuelta a la cabaña por su irritado marido poco tiempo después. Sobra decir, además, que el turbulento matrimonio de Rose tendrá un desenlace fatídico al descubrirse que ella, efectivamente, le es infiel a su esposo.

Rose Loomis integra, adecuadamente, varios de los tropos que caracterizaban a la femme fatale del cine noir. Se trata de un personaje que no busca esconder su atractivo sexual, sino que, al contrario, es consciente de este y busca usarlo a su favor, manipulando a su inestable pareja para evitar que sospeche de sus intenciones ocultas. El filme, por supuesto, permite hacer una lectura comparativa entre la fuerza impetuosa de las cataratas del Niágara con el arrollador atractivo del personaje; esto, incluso, fue el punto de partida para la promoción de la película, en cuyo afiche publicitario se puede leer cómo la estrella hollywoodense se equipara con un torrente de emociones que la naturaleza no puede controlar.

El aspecto del control resulta especialmente interesante pues se trata del conflicto central del largometraje. El personaje de Monroe, al igual que lo llegarían a ser sus protagonistas más populares de la comedia, posee un deseo impulsivo que no puede ser dominado por su contraparte masculina. Lastimosamente, el desenlace de Rose no se encuentra exento de las lecturas morales de la época y, como era frecuente en el cine noir, la femme fatale sucumbe ante la violencia de un hombre cuyo ego no puede soportar el haber sido manipulado sexual y emocionalmente. Este final, incluso, no resulta sorpresivo en lo absoluto si tomamos en cuenta que, a lo largo de la película, la tragedia de Rose es vista desde la perspectiva de un par de recién casados que representan lo que significaba, para entonces, un matrimonio ideal.


III

A pesar del gran desempeño de Marilyn Monroe en estos dos largometrajes de corte dramático, la llegada de los años cincuenta marcaría la consagración de la estrella como una actriz cómica y la encasillaría, con rapidez, en la figura popularmente conocida como la «rubia tonta» y «cazafortunas». How to Marry a Millionaire (1957) trata sobre tres modelos neoyorkinas que buscan desesperadamente contraer matrimonio con hombres de gran caudal económico, sin importar el atractivo de estos o la farsa que ellas deban ingeniar para conseguir su objetivo. Entre estas modelos, Pola Debevoise, interpretada por Monroe, incluso rehúsa usar sus lentes para no evocar un semblante intelectual, y pasa gran parte del filme tropezando con objetos o confundiendo a sus interlocutores debido a la falta de visión.

En Some Like It Hot (1959), Monroe interpreta a Sugar, una de las artistas de un ensamble musical femenino. Previo a la presentación de su banda en un hotel de Miami, la joven y alocada cantante se enamora de un supuesto magnate, quien no resulta ser más que un saxofonista frustrado. Al final de ambas comedias, tanto Pola como Sugar se dan cuenta de que un amor sincero es más importante que la estabilidad financiera y, dejando atrás toda farsa, deciden quedarse con quienes las aceptan tal cual son.

Entre todas estas comedias románticas, Monroe sobresalía en gran medida no sólo por su evidente belleza, sino también por su dominio del ritmo humorístico, por la facilidad con que recitaba sus diálogos al compás oportuno, acompañando cada palabra de los gestos más acertados para generar la risa adecuada. Esto sucedía sin importar el rol que sus personajes desempañaran en la historia, pues en How to Marry a Millionaire, la modelo principal era interpretada por Lauren Bacall, y en Some Like It Hot, el argumento del filme giraba en torno a los músicos encarnados por Tony Curtis y Jack Lemmon, quienes se habían infiltrado en la banda femenina al disfrazarse de mujeres.

La brillantez cómica que Monroe desplegaba en la pantalla ofrecía un nuevo sentido a sus personajes y les dotaba de mayor riqueza. Si bien estos parecían ser objeto de mofa por su aparente escasez intelectual, en más de una ocasión resultaban ser más listos que sus interlocutores, pero disimulaban para evitar sospechas y sacar mayor ganancia de la situación. El mayor ejemplo de este rasgo en la filmografía de la actriz lo podemos encontrar en Gentlemen Prefer Blondes (1953), la comedia musical dirigida por Howard Hawks, años después de haber estrenado Scarface (1932). Este musical adapta la novela homónima de 1925 escrita por Anita Loos, una de las primeras mujeres guionistas en la historia de Hollywood.

En Gentlemen Prefer Blondes, Monroe encarna a Lorelei Lee, una corista de cabaret cuyo propósito es casarse con un joven e ingenuo millonario a quien ha enamorado ciegamente. El suegro de Lorelei desconfía de las intenciones de la cantante y, para asegurar la fortuna de su hijo, contrata a un detective privado para que siga a la joven durante su viaje por Francia. A pesar de que Monroe recibió un pago significativamente menor que el de su co-protagonista Jane Russell, el personaje de Lorelei es el centro gravitacional del filme. Acá, contrario a otras comedias románticas de la actriz, no existe una resolución moralista sobre el poderío del amor por encima de los placeres de la opulencia. Al contrario, la estrella se apodera de la pantalla con una soltura absoluta para proclamar a la audiencia el cinismo y la superficialidad de las relaciones simbióticas disfrazadas de romance. Esto, al final, queda inmortalizado en el icónico número musical Diamonds Are a Girl’s Best Friend, con una Monroe adelantada a su época, entonando un himno contra el amor romántico y que, años más tarde, sería resignificado desde lecturas de corte feminista.

La carrera de Marilyn Monroe en la comedia finalizaría de manera temprana con su penúltimo largometraje, Let´s Make Love (1960) de George Cuckor, el cineasta detrás de A Star Is Born (1954) y My Fair Lady (1964). Si bien es cierto que, en el año de su fallecimiento, Monroe se encontraba trabajando con Cuckor en la comedia Something’s Got to Give, la actriz había sido despedida del rodaje, debido a sus problemas de salud y los conflictos presupuestarios de 20th Century Fox en la producción de Cleopatra (1963), el filme de Elizabeth Taylor dirigido por Joseph L. Mankiewicz. Tras el fallecimiento de Monroe, Something’s Got to Give nunca consiguió finalizar su rodaje.

Así, la última película en la que veríamos a la estrella fue The Misfits (1961), una colaboración más entre la actriz y el cineasta John Huston, después de aquella breve aparición en The Asphalt Jungle, en los albores de su carrera. The Misfits es un western cuya producción resulta emotiva, al menos desde una mirada retrospectiva: no sólo se trata del último filme de Monroe, sino también de Clark Gable, el mítico actor de Gone with the Wind (1939); Gable falleció de un infarto al corazón pocos días después de finalizado el rodaje. Este western también sería uno de los últimos largometrajes de Montgomery Clift, quien tuvo la oportunidad de trabajar con Alfred Hitchcock en I Confess (1953); tras el estreno de The Misfits, Clift participaría tan sólo en tres producciones más antes de fallecer en 1966, también por un paro cardiaco.

Un último aspecto de la producción de este largometraje que añade una capa afectiva más, es que su guión fue escrito por Arthur Miller, el popular dramaturgo estadounidense que, para la época, se encontraba casado con Monroe. Debido a las complicaciones que atravesaba el matrimonio, Miller introdujo en el guión, previo y durante el rodaje de la obra, algunos aspectos que representaban el estado de la relación y, de cierto modo, el carácter fatalista que posee la historia del filme funciona como una comprensión de que el divorcio era inevitable; eventualmente, Monroe y Miller se divorciaron poco después de finalizar la producción.

Si dejamos de lado estos aspectos históricos, en The Misfits podemos encontrar una de las actuaciones más potentes y desgarradoras en la filmografía de la estrella. Acá, Monroe interpreta a Roslyn, una joven en proceso de divorcio que decide pasar un tiempo en Reno, Nevada. Durante su estancia en el sitio, Roslyn conoce a tres vaqueros marcados por diversos infortunios, y decide mudarse con ellos a una cabaña sin terminar en medio del desierto, durante el período en que los tres hombres buscan caballos salvajes para venderlos.

Contrario a lo que podríamos encontrar en los filmes más emblemáticos de la actriz, The Misfits es, tal como da cuenta su título, un relato sobre personajes inadaptados, rotos, que buscan apoyarse los unos a otros a pesar de que, si acaso, pueden mantenerse en pie por sí solos. El desierto que los rodea gran parte del metraje, realza la soledad emocional que atraviesan cada uno de ellos, y la cabaña en proceso de construcción representaría la oportunidad de empezar una nueva etapa. Pero, a pesar de la desdichada vida que caracteriza a sus nuevos amigos, Roslyn aprende que no debe romantizarlos ni mostrarles más compasión de la que se merecen.

Los tres vaqueros son hombres de su época: sujetos toscos, machistas y posesivos, que buscan atesorar el rayo de luz que la joven cierne sobre sus miserables días. De manera similar a lo que hacen cuando cazan caballos salvajes, pretenden controlar la belleza que es ajena a ellos. Esto, finalmente, detona en la mejor escena del filme y, en opinión de quien escribe, una de las cúspides interpretativas en la carrera de Monroe: aterrada ante la brutalidad de los vaqueros contra los caballos, su personaje corre hacia la nada del desierto y, desde un plano general con ella en medio del encuadre, les grita a viva voz que todos ellos no son más que asesinos, seres nefastos que sólo reciben felicidad cuando ven algo morir. Monroe, fuera de sí y al borde del colapso, les incita a matarse entre sí, si tanto placer les produce la violencia, y que se lleven consigo a ese supuesto país de libertad que tanto aman.

 IV

El repaso que hemos hecho por la carrera de la actriz, aunque resulta parcial, ha pretendido servir de homenaje a uno de esos íconos de la historia del cine con quien, incluso en nuestros tiempos, todavía nos encontramos en deuda. Revisitar su filmografía significa la oportunidad de ser testigos de una actriz cuyo perfeccionismo, carisma y cautivador magnetismo, podían elevar cualquier obra, no importa si se tratase de una aparición de escasos minutos o un rol protagónico, ya fuera en potentes interpretaciones dramáticas o en astutas comedias. A Monroe la han recordado y retratado hasta el cansancio como una diva, una víctima, una tragedia y una joven torpe de cabello rubio, pero su innegable talento vale más que todas las películas biográficas habidas y por venir, y basta tan sólo uno de los roles de la estrella para dejarse hechizar por su eterno aporte al séptimo arte.

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