“No he hecho esto en demasiado tiempo,” pienso mientras reviso mis apuntes y preguntas, agitando la pajilla de vidrio en mi vaso de chai. Estoy en una cafetería en Barrio Dent, ha pasado el mediodía y la tarde es hermosa. A pesar de ello me es inevitable que los nervios se confundan con la emoción. Hace mucho que no entrevisto a alguien de manera presencial, y aun así tal vez no estaría tan ansioso de no ser porque la persona a entrevistar lleva el nombre resplandeciente de
Antonella Sudasassi Furniss, una de las cineastas más reconocidas e influyentes del cine costarricense en la actualidad, y el motivo de la entrevista es el estreno de su nueva película:
Memorias de un cuerpo que arde, un largometraje que
finalmente llega a las salas de cine de todo el país, después de muchos años de trabajo.
De hecho, tanto es así que esta no es mi primera conversación con Antonella. Hace dos años la entrevisté por teléfono, cuando su cortometraje Memorias participaba en el Festival shnit; Memorias era una aproximación audiovisual, una pequeña muestra de los temas que deseaba abordar, y que ha expandido magistralmente en esta nueva obra. Admito que mis preguntas, en aquel momento, fueron bastante torpes pues carecía de mucha información con respecto al proyecto. Sabía, sin embargo, que Antonella Sudasassi era la directora de El despertar de las hormigas, una película que desde su estreno en 2019 ha sido aclamada y galardonada no solo en Costa Rica sino en varias partes del mundo, haciendo historia como
la primera película costarricense en ser finalista como Mejor Película Iberoamericana en los
Premios Goya; y en gran medida, todo este reconocimiento viene de la manera en que Antonella exploró temas como la violencia doméstica y la autonomía de las mujeres con respecto a sus vidas, cuerpos y derechos reproductivos.
Podríamos argumentar, sin embargo, que Memorias de un cuerpo que arde es una obra cuyo tema en cuestión es todavía más censurado, y ahora que la he visto en su totalidad, creo que tengo suficientes preguntas y comentarios para una conversación más interesante que la de hace un par de años.
Al iniciar la película, dos notas al inicio establecen dos temas centrales de la narrativa: Sobre un fondo negro, uno de ellos aclara que las mujeres entrevistadas prefirieron el anonimato, mientras se escucha la dulce voz de una mujer mayor diciendo, entre sombras y entre risas: “Mejor así, que no me reconozcan… Pa’ hablar con libertad”.
Pero la nota que más llama mi atención es la siguiente:
“Esta película es la conversación que nunca tuve con mis abuelas”.
Todavía en la oscuridad, escuchamos una voz diferente, diciendo: “Yo no sabía que yo era medio tímida con ese tema”, y de inmediato otra voz comenta: “Diay, imagínate: ¡Tener sexo a estas alturas!”. Hay risas y otra voz responde: “¡Se imagina!”. Y una tercera voz añade: “Ahora es como que si fuera la primera vez, me imagino yo”.
Al escuchar esto, recuerdo a mi propia abuela diciéndome en una ocasión, entre broma y seriedad: “Ustedes los jóvenes siempre piensan que inventaron el sexo”, y quizá para muchas personas así ha de sentirse; a fin de cuentas es la manera en que el tabú de la sexualidad sigue siendo imperante, de manera particular con la vejez, pero escuchar a estas mujeres hablar con soltura sobre el tema, me convenzo de que los tiempos cambian, las costumbres y formas de pensamiento cambian, pero la naturaleza humana se mantiene, por su mayor parte, fundamentalmente constante.
Después de que el título aparece en pantalla, una puerta rechinante se abre, y de ella emerge la veterana artista Sol Carballo, con el cabello entre gris y blanco, guiada por un pasillo en el cual vemos los hilos detrás de la ilusión que es el cine: Cámaras, pantallas, micrófonos y audífonos, ruidos indistintos en diferentes secciones, grupos de personas de un lado a otro, ocupándose de distintas tareas, moviendo utilería, aplicando maquillaje, preparándose para filmar. Y seguimos nuestro recorrido, seguimos a la actriz principal, a través de una casa antigua y visiblemente cargada de recuerdos: Fotografías, pinturas, adornos, plantas, cruces y símbolos religiosos en prácticamente cada rincón; un caleidoscópico segundo en que dos hombres cargan un enorme espejo frente a nuestra vista, escudada detrás de la cámara, y de esa manera, por un instante nos vemos en el reflejo, antes de que la visión desaparezca y nos hallemos, una vez más ante la protagonista, rodeada por el crew, preparada para su escena inicial. Se golpea la claqueta. La directora dice: “¡Acción!”.
Y estoy a la vez fascinado y confundido. Las voces iniciales se escuchaban tan reales y auténticas, que pensé que sería un documental. ¿Será posible que sea, más bien, una ficción? ¿Un híbrido entre ambas? Pero todos mis pensamientos y preguntas son silenciados súbitamente, por una voz como las del inicio, anciana en la fragilidad de su sonido, pero vivaz en la emoción y ánimo con que dice:
“Ser mujer es muy bonito; yo siempre le doy gracias a Dios de no haber nacido hombre...
Ser mujer es muy lindo”.
Ahora lo entiendo.
Memorias de un cuerpo que arde es una historia compuesta de varias historias, con tres grandes actrices representando un único personaje, y la vida de este personaje representando la complejidad de innumerables vidas. Mientras vemos las tres edades de la protagonista, interpretadas por
Juliana Filloy en su infancia,
Paulina Bernini en su juventud, y notablemente
Sol Carballo en su madurez, en una casa, que Antonella y su equipo describen como poseyendo “una memoria tan infinita como la del personaje”, vemos y escuchamos un relato continuo de distintas voces, lo que le da a la película un aspecto onírico que no deja de ser sumamente claro, de alguna manera es como disfrutar una tarde escuchando a muchas abuelas, y creo poder entender el origen de este proyecto en el deseo expresado por Antonella en los primeros segundos de la película.
La película también plantea otras preguntas, más dolorosas: ¿En qué medida tuvieron estas mujeres voz y voto en sus propias vidas? ¿Qué tanto de sus maternidades fue fruto del amor y el placer, y qué tanto de circunstancias de abuso y silencio? Estos temas nos llevan a momentos desgarradores, tristemente universales en la experiencia femenina, sin importar el contexto histórico. Aun así, y con cariño y respeto casi reverenciales hacia sus testimonios, la película presenta un equilibrio entre las memorias oscuras y aquellas que también son luminosas, llenas de humor, gracia y sensibilidad, ofreciendo una visión optimista y desafiante frente al paso del tiempo.
En todo esto, solo puedo pensar en algo y llegar a la misma conclusión:
Esta película es indispensable.
Veo entrar a Antonella. Me levanto para saludarla, ofrezco una mano y ella responde con un abrazo, y en cuestión de un segundo toda la ansiedad se ha disipado. Frente a mí está una joven cineasta de profunda inteligencia y sensibilidad, visiblemente (y según su propia admisión) exhausta por los esfuerzos que ha implicado este estreno, pero aun así enérgica, con una vitalidad notoria en el brillo de su mirada y su sonrisa.
Y comenzamos. Abro mi libreta con las preguntas, y mientras Antonella agita con una pajilla de vidrio su propio batido de fresa, le digo que soy consciente de lo largo y desafiante que ha sido el camino hasta las salas de cine, y le pregunto cómo se siente de ver su trabajo en las grandes pantallas de su país.
En esencia, muy emocionada, me siento muy feliz de poder finalmente compartirlo con el público nacional. Esta es una peli que ha dado vueltas afuera y hemos tenido muy buen recibimiento, pero el público nacional siempre es el más lindo y también el más complejo. Así que tengo muchas ganas de que la gente vaya a verla en salas, porque es el espacio más lindo para hacerlo, ya que se convierte en una experiencia mucho más envolvente, mucho más rica de presenciar, además de que poder compartir las risas y la emoción con el público es lo más bonito.
En el comunicado de prensa menciona que su intención original era visibilizar la sexualidad femenina en todas las edades. Entiendo que viene de una inquietud muy personal y que sentía la necesidad de responder muchas preguntas al respecto. ¿Cuáles fueron esas preguntas que la impulsaron a explorar este tema?
Esta es la tercera y última parte de un proyecto que empecé como directora hace muchos años con la idea de explorar y contar historias que hablaran un poco sobre cómo ha sido para las mujeres entenderse mujeres y cómo ha sido también su proceso de acercarse a su sexualidad, su cuerpo, etcétera.
Memorias de un cuerpo que arde culmina esa búsqueda que tengo como realizadora; ya antes tuve un cortito que trataba el tema de la sexualidad en la niñez,
El despertar de las hormigas trataba la juventud desde un conflicto sobre todo en torno a la maternidad, y ahora
Memorias viene siendo una especie de recolección de historias donde adultas mayores nos explican cómo fue ese proceso de entenderse mujeres, de lo que esto significaba para ellas dentro de una sociedad aún más conservadora, y cómo se aproximan a su cuerpo ahora que son mayores. De esta manera cierro el proceso creativo de explorar estas historias. Por supuesto, imagino que me seguirá atravesando el resto de mi vida, pero como búsqueda tan puntual para estos proyectos, así culmino esta etapa.
Leí, tanto en el comunicado de prensa como en los primeros segundos de la película, que este proyecto viene de las preguntas que quiso hacer a sus abuelas y no pudo.
Sí, precisamente. De hecho la película empieza como una conversación con mi abuela, es una de las voces que se escuchan en la película; pero mi abuela ya estaba muy mayor, entonces no pude profundizar con ella ciertas cosas que quería ahondar. En este momento mi abuela tiene ya noventa y seis años, y le agarré como el último tantito de la memoria, ya no puede ahondar mucho en eso, y por lo tanto comencé a hablar con otras mujeres en esa búsqueda de cómo pudo haber sido la vida para mis abuelas. Mi abuela materna, por ejemplo, tuvo once hijos, y mi abuela paterna tuvo siete, y bueno… Son muchas maternidades, de hecho la última maternidad de mi abuela materna fue casi premenopáusica, ella pensó que ya le había entrado la menopausia y en realidad lo que estaba era embarazada, y claro, eran otras épocas, el acceso a los anticonceptivos era muchísimo menor, la información que había sobre cómo cuidarse era escasa, y me imagino que para ella fue muy fuerte llevar un embarazo siendo tan mayor. Entonces, el simple hecho de preguntarles si sus maternidades fueron deseadas, si disfrutaron de su sexualidad, si pudieron explorar sus cuerpos, tener orgasmos… ¿Sabés? Cosas que nunca en mi vida me atreví a preguntarles hasta que ya tuve la edad suficiente, pero para entonces ya era muy tarde, y esa conversación quizá no las tuve con ellas, pero la tuve con este grupo de mujeres que me dibujaron de alguna forma lo que pudo haber sido para ellas, quizá no todas las historias, pero de alguna forma ofrece una especie de retrato único, con sus particularidades y bemoles, en el sentido de que para muchas mujeres tal vez quizá la realidad fue diferente y lo que se retrata en la película, de alguna forma, resuena y se aleja también de la experiencia que pudieron haber tenido mis abuelas.
Una de las cosas que más me gustó fue justamente el cariño con que trata a las protagonistas y su historia, así como la gracia, el humor, la alegría con que hablan de sus experiencias.
Sí, siento que si la película logra algo, es generar muchísima empatía con las historias de nuestras adultas mayores, y preguntarnos cómo podemos encontrar en las historias que presenta la película un poco de lo que pudo haber sido para las mujeres de nuestra propia familia.
Leí que entrevistó a varias mujeres de diferentes estratos sociales. A pesar de que compartían la experiencia general de ser mujeres de más o menos la misma generación, así como en lo referente a sexualidad y libertad personal, ¿Encontró más similitudes entre sus experiencias o hubo contrastes significativos que la sorprendieron?
Bueno, efectivamente eran más o menos de la misma generación, porque realmente entrevisté mujeres de setenta a noventa años, entonces digamos que sí hay diferencias generacionales, y por supuesto hay muchísimas historias que fueron muy distintas, pero creo que en las diferencias de contexto encontré muchas más similitudes. Es decir, sí, pudieron haber tenido todos los recursos del mundo, o quizá todo lo contrario y padecer muchísimas carencias, pero había ciertas vivencias similares en cuanto a los sentimientos que las atravesaron en las diferentes etapas de su vida. Fue ahí donde empecé a enlazar sus historias para crear un relato único que se transforma en esa colectividad: No es la historia de ninguna, es muchas historias combinadas en una única historia, y esto es así también para respetar el anonimato que ellas pidieron; creo que tal anonimato permitió que se abrieran a contar las historias porque, a fin de cuentas, siguen siendo temas tabú y ellas me pidieron el anonimato desde el principio, lo cual se convirtió en una especie de ventaja para poder conectar con ellas, para que se abrieran y se permitieran ser más vulnerables, para que me contaran historias que, en esencia, nunca le habían contado a nadie.
¿Es decir que el anonimato fue liberador?
Liberador en cuanto a cómo se atrevieron a contar sus historias, aunque también fue un reto formal, porque claramente ahora tenía una película donde solo hay voces. ¿Qué puedo mostrar en pantalla? Fue a partir de esa pregunta que decidí trabajar con actrices, lo cual claramente era un riesgo, porque estaba tratando de representar historias ajenas a través de actrices, aunque siempre escuchando la historia real. Fue una apuesta, fue decir: “Probemos, hagamos la película de esta manera, veamos cómo funciona”, y por suerte creo que sí funcionó, creo que ha permitido que la gente conecte con la película, porque para mí era muy importante que esas voces, el corazón de la película, también conectaran con las personas a través de las imágenes, que pudiesen ver en persona lo que estaban viviendo, y creo que las actrices, Sol Carballo, Paulina Bernini y Juliana Filloy, que son las actrices principales que representan a la mujer adulta, joven y niña, encarnaran todas esas sensaciones y sentimientos que atravesaban a esas mujeres.
A la hora de crear el guion, hilvanando los testimonios, ¿Qué tanto se mantuvieron estos tal como le fueron presentados y qué tanto introdujo usted de su propia experiencia y sus pensamientos? En otras palabras, ¿Cómo logró equilibrar la fidelidad a los testimonios originales con su libertad creativa como artista?
Todo lo que escuchamos es real, todos los textos que se suenan en off son sus voces reales. Más allá de ser yo quien estaba preguntando, o teniendo esta conversación, o de los diálogos de “relleno” entre los actores, no hay nada mío en la película, todo es real. Incluso muchos de los diálogos que presento entre los actores son sacados de los testimonios; por ejemplo, una escena como la del hospital, cuando la mujer termina en el hospital por un conflicto con su marido, lo que le dicen sus padres en esa escena, lo que su padre le dice: “Yo te dije que no te casaras con él, ahora es tu cruz”, ese texto es tal cual me lo contó la adulta mayor con quien conversé, solo que representado visualmente.
Sé que la película ganó el Premio del Público en el Festival de Berlín, lo cual me parece maravilloso y también interesante porque significa que resonó profundamente con personas, quizá sobre todo con mujeres de una cultura muy diferente, y me hace pensar sobre las experiencias comunes que pueden unir a las mujeres de diferentes contextos históricos, sociales, geográficos y lingüísticos.
Vieras que, bueno, obviamente la película, al retratar adultas mayores, una podría esperar que el público natural serían adultas mayores, pero vieras que me he sorprendido mucho al ver que la película ha conectado con mucha más gente, sobre todo con jóvenes que salen muy conmovidas de la película porque hay algo que las atraviesa en algún punto, y voy a sonar muy hippie y tal, pero creo que, desgraciadamente por el machismo, hay una herida que cargamos de tantos años y hay algo en nosotras que conecta con esas historias, ya seas chico, chica o chique, realmente hay algo que conecta con esa esencia femenina familiar que puede o no ser la misma historia, pero sabemos que hay mucho de eso en las relaciones familiares del pasado y, lamentablemente, también en el presente. Creo que es en esa familiaridad donde el público está conectando con la película.
Toda la acción sucede en una casa que usted describe siendo ‘tan infinita como la memoria del personaje’. El estilo visual narrativo, el trabajo de fotografía y diseño de producción, todo ello es increíble en cómo dobla los límites entre la ficción y la realidad. ¿Cuál fue la intención detrás de este enfoque, y cómo lograron plasmarlo de manera práctica? Y con respecto a la casa misma, ¿Tuvieron que adaptar el espacio para lograr este efecto antiguo, o ya estaba así? ¿Cómo contribuyó el ambiente a la atmósfera de la película?
Cuando estaba desarrollando el guión, ya estaba visualizando que toda la historia aconteciera en un mismo espacio. Dos cosas inspiraron esto: En primer lugar, el encierro en que hice la investigación de la película, pues conversé con estas mujeres durante la pandemia y ellas estaban encerradas; y en segundo lugar, que desde las mismas historias que me contaban despertaban en mí muchas ideas sobre el imaginario visual y cómo hacer la puesta en escena. Algunas frases que marcaron muchísimo cómo realizar la película fue una en la que dicen algo así como que “el tiempo no es lineal, sino más bien como una burbuja, por eso cuando recordamos revivimos”, entonces tenía que ver con que los fantasmas de la memoria cohabitaban con ellas. Nosotras cargamos nuestra historia y esa historia convive con nosotras, por eso era importante convertir el espacio físico en la mente de la protagonista donde ella va recordando, casi que un personaje más que ella habita, y queríamos, además, que la casa fuera de muchas vidas, bajo la idea de que, supuestamente, la protagonista ha vivido ahí toda su vida, pero muchas generaciones pasadas también han habitado ese mismo espacio. Entonces de alguna forma, en algún momento, junto con la directora de arte, Amparo Baeza, y el director de foto, Andrés Campos, decidimos hacer una puesta en escena donde teníamos el reto de transformar los espacios a medida que se iba desarrollando la película. La feria, por ejemplo, era en el garaje de la casa, el hospital en el cuarto matrimonial, la escuela en el cuarto de la abuela. Era como jugar con la imaginación, la memoria y también su fantasía, porque hay que tener en cuenta algo: Cuando recordamos, y esto es biológico, almacenamos la información en el cerebro y cada vez que accedemos a la memoria reconfiguramos el recuerdo; es decir, deja de ser el recuerdo que fue y lo transformamos, cada vez que se vuelve a recordar, lo asociamos con ese estado fluido de la memoria. Por eso fue muy divertido también, además como trabajamos tanto el plano secuencia, hacíamos esto de que al voltear la cámara estamos en el presente, y al voltearla de nuevo ahora estamos en mil novecientos tanto, y lograr ese efecto requirió que todo el equipo de arte ayudara moviendo y cambiando cortinas, fotos, radios, lámparas, todo en la misma escena, y más aún, en el mismo plano. Así que fue desafiante, pero muy entretenido, y tenemos cosas del
making off donde podés vernos a todos, como hormiguitas, cambiando todo de forma temporizada, porque la cámara ya estaba a punto de moverse.
¿Cómo fue el proceso de recrear épocas pasadas? ¿Qué sintió al verse transportada en el tiempo?
La conversación fue con mujeres que tenían setenta, ochenta, incluso noventa años, por eso queríamos que hubiera una cierta atemporalidad en las imágenes, que no hubiera una única época en el pasado. Con Amparo trabajamos el tema de cómo podía sentirse el pasado, sin ser específicamente 1950, 1960 o1970, sino que fuera una cuestión un poquito más ecléctica que representara ese pasado a la vez que era un poco más difuso. Ahora que me hablabas de la casa, la casa estaba vacía cuando entramos, más bien se hizo un esfuerzo gigantesco, porque de verdad te digo que dos semanas antes de rodaje la casa estaba total y literalmente vacía, entonces todo el crew pedimos a nuestras abuelas, tías y tías abuelas que nos prestaran todo lo posible para llenarla, y eso más bien fue súper divertido, porque al final la casa tenía elementos de todos quienes estábamos ahí: Hay fotos familiares mías, yo pequeñita, mi papá pequeñito, y fue súper lindo porque se convirtió en la casa de todos, fue lindo jugar con esa espacialidad atemporal.
Abordar la mortalidad siempre es desafiante, porque es un tema incluso más tabú que la sexualidad.
El sexo y la muerte siempre han estado intrínsecamente relacionados.
Así es, y por eso imagino que fue especialmente desafiante al hacerlo con personas adultas mayores.
Bueno… Sol es una joven en espíritu, digamos que ella se siente como si tuviera cuarenta o incluso treinta años; es muy jovial, y es súper divertido porque recuerdo que algunas de las mujeres con quienes conversé tienen la edad de Sol, y Sol siempre se refería a ellas como “Ah, sí, esas señoras”, o sea que ella misma no se siente señora, y es muy gracioso porque sí, hay una cuestión de jovialidad que la atraviesa a ella, pero con las protagonistas sí fue todo un tema, porque ellas, en primer lugar, estaban en pandemia con el riesgo absoluto de la muerte si salían de casa, entonces las dudas sobre la soledad, la muerte, sí están presentes a lo largo de la película, porque eran adultas mayores, porque estaban encerradas, en aislamiento físico y emocional, afrontando el miedo a una muerte inminente, y creo que ese sentimiento permea la película.
Es curioso, porque a simple vista se podría pensar que la película solo trata el tema de la sexualidad femenina, pero este tema va mucho más allá porque la humanidad es mucho más, está relacionado con toda una gama de objetos, sensaciones, sentimientos, a veces en conexiones aparentemente incomprensibles, y por eso vemos que la película también explora temas como la soledad, el paso del tiempo, la memoria, y creo que en un balance muy creativo e interesante.
Una de las señoras dijo algo que también me despertó muchas ideas con respecto a la manera en que se hizo la película, y tenía que ver con que ella, según me contaba, amaba lavar y tender ropa, para ella un acto tan cotidiano como doblar ropa era una especie de juego de la memoria, porque cada vez que agarraba una prenda recordaba cuántas veces la había usado, dónde, qué vivió mientras la usaba, qué sintió, qué pensó, y esa idea también está mucho en la película.
Volviendo al otro tabú además de la muerte, las escenas que involucran la exposición del cuerpo o momentos de mayor intimidad física o sexual pueden ser delicadas, tanto para quienes están delante como para quienes están detrás de la cámara. ¿Cómo dirigió estas escenas con las actrices y actores, de manera que el ambiente de trabajo fuese cómodo durante el rodaje?
Trabajamos con Kim Picado, coordinadora de intimidad y directora de casting de la película, porque para mí el acercamiento siempre debe ser desde un espacio seguro y de confianza, donde procuro que las personas sepan qué se va a hacer, que entiendan exactamente cuáles son los planos y cómo vamos a filmarlos, que comuniquen claramente hasta dónde quieren llegar, con qué se sienten cómodas y con qué no. En fin, que exista una comunicación muy clara, y eso es algo que se va construyendo y trabajando; primero que se conozcan, que se establezca una relación de confianza, y después procurar ese espacio donde esté el crew mínimo necesario, donde se respete la intimidad, que no haya monitores afuera, donde todo mundo ve, sino solo lo más esencial en cuanto a dirección, arte y foto, que dentro del cuarto esté la menor cantidad posible de crew. Gracias a Kim, creo que todas las escenas, incluso las de masturbación, como la del cine, se trabajó para que ellas y ellos, que no son actores profesionales, se sintieran cómodos y en confianza siempre.
Ahora que hablábamos sobre la jovialidad en la vejez, me hace pensar en dos líneas de la película, cuando el personaje menciona que la vida le está poniendo frenos, pero sobre todo otra, cuando dice: ‘Mientras esté viva no seré vieja’. ¿Hasta qué punto cree usted que la percepción de la edad es o puede ser moldeada por nuestra mentalidad, y hasta qué punto sí está condicionada por factores fuera de nuestro control?
Claramente vamos a envejecer. La edad, es decir, que sigan subiendo los números es algo inevitable, lo que podemos hacer es decidir cómo nos aproximamos a eso. Hay una cuestión social de pánico al envejecimiento, somos una sociedad totalmente aferrada a la juventud, tratamos de ignorar el paso del tiempo y más bien algo que me encantó descubrir en estas mujeres es la naturalidad con que asumen su edad, obviamente con todos los peros o dificultades o retos que trae envejecer, retos físicos, emocionales, el envejecimiento por lo general está muy asociado a la soledad, nos vamos quedando solos, solas, porque nos movemos menos, salimos menos de casa, también porque no hay muchos espacios de socialización para adultos mayores, o no tantas actividades u oportunidades para formar nuevos vínculos, entonces el miedo a envejecer es algo colectivo, pero aun así, algo que me encantó fue encontrar en ellas el asumirse adultas a la vez que se entienden vivas, y saber que estarán vivas hasta el último día, con ganas de vivir, sentir y disfrutar, eso es lo más rico que me llevo de este proceso.
La película aborda temas profundos, y tristemente muy comunes en la vida de las mujeres de cada época y lugar, como el sentimiento de culpa injustificado, la violencia perpetuada por el silencio y la represión, así como el impacto del abuso y la falta de información sobre salud física, mental y emocional en mujeres de épocas pasadas. ¿Fue desafiante tratar estos temas en la película?
Creo que una de las cosas más fuertes que encontré al hablar con las mujeres fue eso. Yo sospechaba que, al haber sido la sociedad aún más conservadora, y que obviamente por eso se dan las luchas feministas para revindicar el papel de la mujer, yo sabía que hubo violencia, pero jamás me hubiera imaginado que tanta, y aun así, lo que sale en la película es mínimo, o sea, lo que vemos es fuertísimo, pero te cuento que entre las mujeres con quienes hablé, todas habían atravesado alguna situación de violencia en algún momento de sus vidas, todas sus etapas habían estado, de alguna manera, marcadas por la violencia. Más bien tuve que hacer un esfuerzo para balancearlo, para que no todas esas historias fueran oscuras y tristes, pues quería que la película generara empatía, que hiciera reír, porque la vida está llena de grises, es una vida completa donde no todo es negativo, pero sí me sorprendió encontrarme con tantas historias de violencia. Claramente son secuelas de una sociedad machista poco sana en temas de sexualidad; como decís vos, en esas épocas no se hablaban estos temas, y ese silencio perpetuaba ciclos de violencia, pero lo más lindo de la película es que, si bien ellas se quedaron en el anonimato, aun así, tuvieron la valentía para confiarme sus historias y ponerlas en pantalla para que la gente reflexione sobre esto. Todavía queda mucho por sanar, te contaba al inicio que conmueve a chicas jóvenes, porque creo que esa herida se traslada de generación en generación, y lo llevas en el cuerpo. Hablar sobre estos temas también es una forma de sanar y romper esos ciclos.
En ese sentido, me parece todavía más significativo el anonimato, porque muchas veces la historia es movida por quienes trabajan desde el anonimato. Me parece admirable que, a pesar de sus circunstancias y limitaciones, aun así estas mujeres salieron adelante y lograron empezar este proceso de romper muchos malos ciclos de generaciones pasadas; en otras palabras, vemos cómo cada generación se esfuerza por dejar un mejor legado.
Sí, creo que precisamente los cambios sociales se hacen a paso de hormiga, y están en constante transformación, a veces hacia adelante, a veces hacia atrás. Vemos que las luchas feministas actuales resuenan muchísimo con las luchas de 1920 o 1950, ¿Sabés? ¡Seguimos luchando por lo mismo! Se ha avanzado, por supuesto, pero seguimos luchando por el mismo hecho de que nos reconozcamos iguales, y sabemos que a nivel mundial todavía se pueden dar dos pasos adelante y uno hacia atrás… o al revés. Podemos ver que Estados Unidos, por ejemplo, está en retroceso con respecto al derecho de las mujeres de decidir sobre un embarazo o no, siempre estamos luchando por la autonomía de nuestros cuerpos, y además creo que hay otra cosa, y es que tal vez yo siempre he estado hablando desde la perspectiva como mujer, pero el machismo nos afecta por igual, incluyendo a los hombres en cómo les incapacita para conectar con sentimientos, para comunicarse o vincularse de forma sana con otras personas, todo eso son resabios de una cultura machista y patriarcal.
Pude verlo en el personaje del esposo, quien a pesar de que hace cosas horrendas, sigue mostrando un lado humano en tanto que él percibe que algo no está bien, incluso si no lo identifica; vi en él la frustración de un hombre que no sabe cómo portarse de otra manera, más que repitiendo lo que su propio padre le había dicho y enseñado.
Exacto, es algo que se enseña y se aprende, y en ese sentido se perpetúa, a menos que lo conversemos. El otro día hablaba con una sexóloga, quien me dijo que la película repasa la historia, porque creo que es fundamental entender a nuestras adultas mayores desde cómo fue su vida para entender cómo la viven ahora. Recuerdo que cuando hicimos el preestreno en el Magaly, una chica se me acercó y me dijo: “Qué fuerte que siempre he juzgado a mi abuela porque lleva viuda (o divorciada) no sé cuántos años y yo le reclamo por qué no se da la oportunidad de conocer a alguien, y realmente nunca me he sentado a preguntarle por qué no lo hace, solo la he juzgado por no hacerlo, y la película me motivó a sentarme con ella y conocer su historia, entender el porqué de esa decisión”. Así que me hace pensar que la película sí tiene la capacidad para repasar por qué muchas se comportan así, pues todas y todos somos producto de nuestro contexto social y educativo.
La película presenta la memoria como un jardín en el que podemos arrancar malas hierbas, es decir, malos recuerdos, mientras cuidamos lo que permanece. ¿Cree que es más importante recordar las cosas tal como fueron o como deseamos que hayan sido? ¿Cómo considera que deberíamos lidiar con nuestra memoria y nuestros recuerdos para encontrar un equilibrio saludable?
Creo que todas y todos, en ese repaso de nuestras vivencias, debemos siempre ser selectivos, porque hay cosas que duelen mucho, y otras que en perspectiva se reconvierten. Quizás algo que no apreciábamos en el momento ahora nos parece demasiado tierno, como que cuando estamos en adolescencia suele haber muchísima rebeldía contra nuestros padres, todo lo que nos dicen queremos lo contrario, y luego crecemos y tal vez les vemos con mucho cariño y ternura, y pensamos: “Qué fuerte que siempre estuvieron ahí para acompañarme y apoyarme”, creo que el tiempo da esa perspectiva. Y estas señoras mayores también están haciendo ese ejercicio, ya que me cuentan su historia y eso obliga a confrontar pero también transformar, ver qué sirve y qué no sirve, cómo querés ver o sanar ese pasado, la conversación de ellas conmigo implicó ese proceso y es algo muy terapéutico. Esa imagen de que vamos en el camino sacando malas hierbas es una metáfora divina sobre cómo nos encontramos con nuestra propia historia.
La película también transmite un mensaje de optimismo, destacando la importancia de aceptar nuestra situación actual y que siempre tenemos la capacidad de reaprender y evolucionar. ¿Cree usted que este mensaje puede inspirar a las espectadoras a enfrentar sus propios desafíos y crecer a lo largo de sus vidas?
Eso espero, ojalá. Con que la gente salga del cine con ganas de conversar con las mujeres de su familia o las personas adultas mayores de su familia, ya para mí eso es un gran logro.
A nivel personal, ¿Siente que este proyecto le ha permitido encontrar un cierre en relación con las preguntas que hubiese querido dirigir a sus abuelas?
En este punto hay una pausa, Antonella levanta la mirada y reflexiona, y es evidente que la pregunta ha resonad, y que la respuesta, quizá con mayor fuerza que todas las anteriores, vendrá directamente de su corazón. Conmovida, pero con la firmeza y convicción que ha mostrado desde el principio, responde:
Definitivamente.
Y yo sonrío, asintiendo en silencio, porque estoy de acuerdo con ella. Antonella continúa:
Creo que… Si bien nunca tendré esa conversación con ellas, y me duele no haberla tenido, haber hecho esto me permite imaginar cómo pudo haber sido. Más bien, yo invito a las personas a que no les agarre tarde, porque creo que pueden aprender mucho. Ayer hablaba con una chica que me decía: “Creo que la vida de alguna manera nos confronta en diferentes momentos”, porque ella tenía una figura materna, no su mamá, pero creo que su bisabuela, a quien desearía tener en este momento en el cual tiene muchas preguntas, donde no sabe cómo afrontar ciertos retos y le duele no tener esa figura para orientarla, y la vida es así, no vamos a tener a esas personas sabias para siempre, y no necesariamente estaremos en un lugar para poder aprovechar esa conversación cuando estén. Es difícil porque así es la vida, es cíclica, estamos de paso y hay veces que perdemos esa oportunidad, y no sé si respondo tu pregunta, pero…Si hay algo que espero que haga la película es recordarnos que debemos aprovechar esa oportunidad cuando la tenemos.
Antonella, efectivamente, ha respondido todas mis preguntas, al menos las pocas que pude conjurar tras un primer visionado de una película tan profunda que, sin duda, dará mucho de qué pensar y hablar, en el presente y en el futuro, en generaciones venideras, cuando estemos en el mismo lugar que las protagonistas de
Memorias de un cuerpo que arde. Sin embargo, quizá lo más importante sea, en primer lugar, permitirnos sentir y atrevernos a actuar.
-Si me lo permite -digo mientras nos levantamos para salir de la cafetería-, no tengo la menor duda de que sus abuelas estarían muy orgullosas de lo que ha logrado.
Ella sonríe una vez más.
-Muchas gracias.
-A usted las gracias, Antonella.