El productor cinematográfico y su matrimonio con la película

Ser productor es admitir que de niño nadie quiere ser productor. El glamour —escaso— está solamente en las ceremonias de premiación, cuando, por ejemplo, son los productores los que reciben el Óscar a mejor película. Más allá de eso, es una labor de pocos focos.

“La verdad es que nadie va por la universidad diciendo: yo quiero producir, porque normalmente uno quiere agarrar la cámara o ser el director o trabajar con los actores”, dice Mariana Murillo, productora costarricense de los filmes El sonido de las cosas y Ceniza Negra. “Es un trabajo tan silencioso que hay poca percepción de qué es hasta que uno empieza a ejecutarlo”.

El cine es el arte que a más personas esconde detrás del telón. Los engranajes —más toscos a la vista— se mantienen por debajo de la careta. La cuerda, tal vez la herramienta más rudimentaria de todas, la da el productor. Después de la patada inicial se encarga de que el motor se mantenga carburando los años que dure el proyecto cinematográfico. En Costa Rica normalmente no bajan de cinco.

Aunque a veces hay que entrecerrar los ojos para poder enfocarla, la figura del productor ha sido omnipresente en la historia del cine desde que se concibió como una industria. Su rol fue cardinal en la proliferación de la era dorada de Hollywood y el famoso Star System. No es ningún secreto que el cine norteamericano está construido bajo la mano invisible del productor.

Las luces y sombras de esta profesión incluso sirvieron como inspiración para El último magnate, la novela de Francis Scott Fitzgerald que su prematura muerte no le dejó terminar. En ella, Fitzgerald construye a Monroe Stahr, para muchos basado en la imagen de Irving Thalberg, uno de los instauradores del cine de productor en Estados Unidos.

Desde entonces, el productor se ha transformado en una figura familiarmente desconocida. Más allá del puesto primario que ocupa en los créditos del filme —lo que lo impulsa en el inconsciente colectivo— sus tareas suelen ser elusivas. El nombre de su posición, a diferencia de otras ramas, no es tan explicativo por sí solo. Es decir, un director dirige, un editor edita, un compositor compone, un actor actúa y un productor, ¿produce? Sí, pero no suena como una respuesta particularmente satisfactoria.

“Para empezar, yo le diría que es el dueño de la película, y para seguir que es el que se encarga de poner todos los recursos para que el sueño que el director tiene en la cabeza se haga realidad. Es quien convierte una película de una idea a algo que queremos ver en pantalla”, así explica Amaya Izquierdo quién es y qué hace un productor. Amaya es una productora española con firma en más de una decena de obras costarricenses, entre ellas El despertar de las hormigas, Presos, Princesas Rojas y Nosotros las piedras.


Recientemente, Amaya Izquierdo produjo ‘El despertar de las hormigas’, primera película costarricense en ganarse una nominación en los Premios Goya. Imagen cortesía de Amaya Izquierdo.

El productor, dice Amaya, es una persona que invierte tiempo y dinero en la idea de alguien más. Su trabajo normalmente inicia cuando la película es apenas un esbozo y su compromiso se extiende durante toda la vida del filme.

“¿Qué hace el productor? La película. Porque, más que en cualquier otro campo, el productor está en todo: está en la escritura de guión, en el tono de la película, en cómo se ve, en cómo se escucha, en cómo se hace, en quiénes la hacen y en cómo hacemos para hacerla, que es la parte más conocida: la de busquemos la platita”, dice Mariana Murillo.

Históricamente, el reconocimiento del productor en Costa Rica ha quedado en un segundo plano. Por la forma en la que está configurado el cine nacional —independiente y en el que el director normalmente también escribe— su trabajo se redujo a una tarea meramente organizacional.

“Aquí se asocia producción con el que consigue las cosas y apaga incendios. Y eso es parte de, pero la persona que amarra el proyecto desde el puro inicio hasta el final y que nunca se suelta, es el productor”, dice Laura Ávila Tacsan, productora de los filmes ticos Entonces nosotros, Rosado Furia, Aquí y ahora y con carrera en Los Ángeles, California.


Laura Ávila Tacsan ha trabajado con empresas del calibre de NBC Universal y Warner Brothers en Estados Unidos. Foto cortesía de Laura Ávila Tacsan.

En efecto, el departamento de producción tiene una serie de tareas logísticas que le dan su reputación: calendarización del rodaje, financiación, contrataciones, contabilidad. Sin embargo, esa es solo una cara de la moneda. Como dice Laura: el productor está ligado directamente a la historia.

La última década dio a luz a una camada de productoras, en su mayoría mujeres, que ha intentado reivindicar la posición del productor como un creativo más dentro del engranaje cinematográfico costarricense. Esta generación compuesta por Mariana Murillo, Laura Ávila Tacsan, Amaya Izquierdo, Marcela Esquivel, Karina Avellán, Karolina Hernández, entre otras, ha colocado constantemente películas nacionales en los Festivales más importantes del mundo.

Esta aproximación —más de desarrollo creativo que de logística— ha convertido al productor costarricense en el entrenador personal de la película. El productor debe poner el filme en forma, hacerlo aguantar todos los ganchos que recibirá por parte de una industria pequeña, debe conocer las fortalezas y debilidades de la historia; dónde y cómo pulirlas. “Eso es parte de lo que hacemos los productores, sentarnos con el director y decirle: me interesa un montón esto y esto, pero estamos teniendo problemas con esta parte porque no está resonando”, dice Mariana.

Para Amaya, el productor es, también, el traductor del director/guionista. Debe ser capaz de que las ideas del autor se traduzcan hacia el público y hacia los posibles financistas del proyecto. “Mi parte favorita de la película es la escritura, el desarrollo, escribir, reescribir, y retrabajar el proyecto, pensarlo y volverlo a pensar para que se entienda lo que se quiere contar (…) trabajar en explicar el potencial que tiene el proyecto a través de los documentos narrativos (guion, tratamiento, propuesta estética, sinopsis)”, dice.

Mariana pasa la mayor parte del tiempo en la articulación de la película como una propuesta. Ella lo divide en tres partes: historia, propuesta y financiamiento. Estas tres partes están vinculadas entre sí y necesitan un balance. Una buena historia mal propuesta no va a tener financiamiento, una buena propuesta con una mala historia va a decepcionar, y la financiación de una mala historia mal articulada no va a recibir de vuelta la inversión, si es que siquiera se hace.

El productor es un cazador de historias y por eso es, también, una persona de conexiones. Que un café aquí, que una reunión allá, su responsabilidad es conocer la industria donde trabaja, quiénes son los mejores, quién está en ascenso, quién necesita rejuvenecer su carrera, dónde están las ideas más promisorias, el director de ayer, hoy y mañana, quiénes tienen buena química, quiénes no, quiénes deben juntarse y cuándo, cómo y dónde juntarlos. El productor es un Nick Fury tratando de armar el mejor equipo posible para crear una película, la cuál será su proyecto de vida durante los próximos años.”Yo sé que una película es un matrimonio y me tiene que enamorar la película y el perfil de las personas con las que trabajo”, dice Amaya.

Ser productor es, a su vez, un trabajo ingrato. La falta de una ley de cine en Costa Rica y los limitados espacios de financiamiento entorpecen cada paso de sus labores. En un mundo de nos, debe conseguir sís. “Yo siempre digo que yo soy la reina del rechazo, estoy acostumbradísima”, dice Laura, “no se puede tomar personal. Especialmente en el cine independiente, hay que saber armarse de perseverancia y energía y tratar y tratar y tratar, por eso el proyecto le tiene que gustar a uno porque es muy cansado”.

En casos la producción también es un trabajo incomprendido. “Muchas veces se entiende que el productor lo tenga que hacer todo en Costa Rica, de que tiene que hacer desde la financiación hasta el catering, todo, y esto no es así. Esto genera a veces conflictos de que la gente no entiende muy bien qué está haciendo el productor”.

Las tareas de producción son amplias y el departamento se divide en distintos roles. El productor en línea, el gerente de producción, el productor ejecutivo y el productor de campo suelen ser los más comunes. Entre ellos se dividen la parte más logística del oficio, mientras que el productor “general” (por diferenciarlo, ya que normalmente se conoce solo como productor) es quien trabaja más de cerca la historia y la articulación del proyecto.

Sin embargo, el tamaño de la industria costarricense a veces obliga al productor a tener que encargarse de los dos extremos del departamento. “(En el rodaje), el productor tiene que estar viendo el monitor y asegurándose de que el director se sienta acompañado y que la peli vaya por el camino que fue concebida. No puede estar solucionando el almuerzo del día. ¿Entonces qué es lo que pasa cuando no hay plata para pagar a todos estos otros (productores)?. Que el productor tiene que estar en el almuerzo y ahí la parte creativa pierde uno de sus pilares”, explica Mariana.

La relación del productor con la película es una de matrimonio: de incondicionalidad si quiere funcionar, aunque ante el ojo público siempre exista una asimetría en el protagonismo. Más que un titiritero maquiavélico, como a veces suele caricaturizarse su figura —principalmente en Hollywood— el productor es el técnico que afina todo para que los demás brillen bajo el foco. Es una profesión que de niño nadie quiere hacer pero que de adulto nadie quiere dejar.

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