
Quiero comenzar esta reseña pidiéndole al lector que se imagine a una vaca pastando. Pero no cualquier vaca; una vaca hermosa. Que tenga el pelaje color caramelo brillante y unos ojos grandes como caimitos y negros como el carbón. Ahora, imagínese que usted está frente a esa vaca y a su alrededor se extiende un milenario bosque de pinos. Hace frío, pero la niebla los envuelve en un cálido abrazo. Usted vislumbra una piedra donde decide sentarse y, durante las próximas dos horas, se queda simplemente observando a la vaca.
Si usted no sabe dónde puede encontrar una vaca similar a la que acabo de describir, pero quiere vivir una experiencia parecida, puede ir a ver la última película de la directora estadounidense Kelly Reichardt, First Cow. Y no lo digo por el hecho de que en este filme aparezca una vaca como la que mencioné, sino porque la historia que narra es tan interesante como el ver a una vaca pastando.
El relato gira alrededor de la amistad entre ‘Cookie’ y King-Lu, dos peregrinos que parecen no encajar en el hostil ambiente del condado de Oregón durante la época de la colonia. Su condición de forasteros los une en compañerismo, el cual se ve fortalecido cuando deciden emprender un negocio de bizcochos, cuyo ingrediente principal es la leche que ordeñan a escondidas de la única vaca que hay en el pueblo.
Hay que admitirlo; es una premisa atractiva. Lastimosamente, es lo único atractivo en todo el guión. Y esto, porque la historia se desarrolla de una manera tan sutil que termina siendo banal y los personajes son tan pasivos, tan carentes de carácter, valentía o heroísmo, que uno, como espectador, termina sintiendo lástima por ellos.
El personaje principal, Otis ‘Cookie’ Figowitz, quien es un cocinero errante, tiene una forma de ser tan insulsa, plana y patética, que mayor simpatía genera la vaca a la que él ordeña. De hecho, hay varias escenas —como cuando ‘Cookie’ le empieza a decir a la vaca que lamenta mucho el fallecimiento de su “esposo”— en donde simplemente dan ganas de darle una cachetada a este personaje, con la leve esperanza de que se espabile.
Su amigo chino, King-Lu, aunque con una personalidad un poco menos sosa y algo de ingenio, no para de ser un personaje carente de profundidad. Algo más interesantes son el Chief Factor (el mayor del condado de Oregón) y el Captain, dos ingleses acaudalados, quienes mantienen una amistosa riña para ver quién de ellos tiene más lujos en las nada favorables condiciones de vida en la colonia.

First Cow inicia con la siguiente cita del poeta William Blake: “The bird a nest, the spider a web, man friendship”. Este comienzo prepara al espectador para una historia cuya temática central es la amistad. Y, aunque sí es su temática central, su tratamiento deja un sabor insípido. ¿Por qué? Porque, o la amistad que se retrata en el filme es simplemente una amistad por conveniencia, o el tema se desarrolla de manera tan sutil y superficial que no logra reflejar la verdadera profundidad de este tópico.
Ahora, lo que sí hay que rescatar de la película es el uso del lenguaje cinematográfico, así como la dirección de fotografía. Cada uno de los planos de la película es estéticamente bello, además de lograr transmitir de manera potente la atmósfera del condado de Oregón a principios del siglo XIX.
La fotografía, bajo la dirección de Christopher Blauvelt, muestra la belleza de las locaciones, especialmente de los parajes naturales; y el diseño de vestuario, el cual estuvo a cargo de April Napier, logra transportar al espectador a la época y el lugar en el que sucede la historia.
Para finalizar, lo único que me queda por decir es que First Cow es una cinta que brilla por su forma, pero deja mucho que desear en lo referente al fondo. En otras palabras, es una película que cuenta, haciendo un maravilloso uso del lenguaje audiovisual, una historia sin ton ni son. Es tal como lo dice el refrán: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.