
Si hay algo con lo que pueda comparar El diablo entre las piernas es con la gastronomía del país donde nació su director. Al igual que un platillo mexicano, este filme es picante y difícil de digerir. Al igual que un mezcal con gusano, esta película tiene un sabor fuerte y desagradable… al menos para quienes no han adquirido el gusto.
Y sospecho que la intención de Arturo Ripstein, su director, era justamente esa: hacer una cinta cruda y grotesca, que dejara a su espectador con un sentimiento mezclado de asco, lástima y enojo.
El filme sucede en una casona vieja de la Ciudad de México. Una casona llena de recuerdos muertos; de cosas que fueron pero ya no son. Una casona que da la sensación de estar abandonada; igual de abandonada que la relación de matrimonio de los ancianos que viven dentro de ella.
Más que una historia, esta película es una viñeta, un atisbo, al monótono y desesperante trajín del día a día en la vida de un matrimonio en el cual, hace mucho tiempo, el amor se fue de excursión, y lo único que queda son los celos, la rabia y el resentimiento.
Un médico frustrado que pasa sus días celando, insultando y maltratando a su esposa, convencido de que ella lo está engañando con otro(s), y una mujer incapaz de comunicarse, cuyo único placer está en asistir clandestinamente a clases de tango, forman el dueto de este lastimero matrimonio.
Es un matrimonio lastimero, sí, pero interpretado de una manera magnífica. Sylvia Pasquel (como Beatriz) y Alejandro Suárez (como el viejo) logran transmitir en unas actuaciones, sin duda alguna complicadas, esa atmósfera de hastío y odio que impregna cada una de las interacciones entre ambos personajes.
El guión, el cual estuvo a cargo de la esposa y colaboradora de Ripstein, Paz Alicia Gardiciego, está lleno de momentos muertos y cae tanto en la repetición como en la monotonía. En muchos momentos, la historia parece no progresar; como si sus personajes se encontraran atrapados en un laberinto sin salida.
El ritmo de El diablo entre las piernas es lento hasta el cansancio y, sumado a la excesiva duración de la película (2 horas y 27 min), a la involución de sus personajes y a la invariabilidad de la puesta en escena, es, francamente, una película difícil de aguantar.
Quizá este filme encante a los seguidores de Ripstein. Pero, como dije al inicio, será porque ya tienen un gusto adquirido. Para el resto de los espectadores, El diablo entre las piernas es poco más que un desagradable espectáculo sobre una situación lastimera.