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Reseña: ‘Bajo las Estrellas de París’: una invitación a la compasión y la esperanza

Bajo las estrellas de París (2020) 3

Durante varios minutos, poco después de haber iniciado la película, estuve pensando en Hugo y en Balzac, en cómo, seguramente, les habría encantado ver reflejada en pantalla la ciudad de luz que durante años les abrigó, y que sirvió de escenario para tantas de sus historias y personajes, tan vívidos, entrañables y conmovedores.

Pensé que la historia que ahora veía, así como sus personajes, podían ser descendientes de aquellas épicas novelas donde, a través de las aventuras y desventuras de sus héroes y villanos, los autores fueron capaces de revelar al mundo una realidad devastadora: las llagas de la sociedad, que son las condiciones injustas en que viven innumerables personas.

Cerca de la primera media hora, pensé en Dickens y en Chaplin, en todas las novelas sobre jóvenes protagonistas, arrojados a la adversidad de la sociedad, y en cómo hace exactamente cien años estrenó The Kid, con una trama, personajes y temas muy similares, y consideré la posibilidad de que fuera otra de las influencias, a fin de cuentas, Chaplin retrató en aquella película una realidad que él conocía muy bien, habiendo surgido de la más abyecta miseria en los dickensianos barrios bajos del East End londinense.

Al igual que en The Kid, la comedia y la tragedia de esta película giraban en torno al extraño y, sin embargo, funcional dúo entre una persona adulta bastante pobre, y un niño abandonado de quien se hace responsable, y lo que es más, a pesar de ser una película de 2020, se conducía en varios momentos con la gracia y fuerza del cine mudo.

Cuando llegué a lo que me pareció el punto medio, y desde ahí hasta el clímax y el final, ya no pensaba en influencias y comparaciones, había olvidado que estaba en una sala de cine, viendo una película proyectada en la pantalla. Estaba inmerso en la historia, sentí cada emoción, desde la tristeza hasta la alegría, y comprendí que me encontraba ante una obra artística propia, capaz de erguirse en sus propios términos y por sus propios méritos.

Al salir de la sala, tras haber terminado, me fijé una vez más en el poster, pegado en la cartelera, donde el título Bajo las estrellas de París, estaba sobre un azulado cielo nocturno, lleno de estrellas, con la torre Eiffel y, al fondo, apenas vislumbrada, la catedral de Notre-Dame, y en primer plano, dos figuras acostadas, durmiendo una junto a otra: una mujer y un niño, ambos con sonrisas en sus rostros.

Como los mejores posters, esa imagen fue suficiente para hacerme revivir lo que acababa de presenciar:

La historia de Christine, una mujer ya mayor, con un pasado trágico y misterioso, que no se nos revela totalmente y que, aun así, basta para hacernos comprender que dicho pasado desembocó en su actual condición de indigencia, que la obliga a vivir en un agujero junto al Sena.

A pesar de estar acostumbrada a la adversa soledad, Christine no está preparada para lidiar con la aparición de Suli, un niño que llora y tiembla de frío, en medio de una noche de invierno, porque ha sido separado de su madre, ya que ambos, refugiados provenientes de Burkina Faso, llevan consigo la marca de Caín que es la hoja de papel con las palabras: Avis d’expulsion.

Christine se compadece de Suli y le permite dormir en su espacio por aquella noche, pero al descubrir, al día siguiente, que el niño le sigue a todas partes y no hay manera de deshacerse de él, la protagonista toma la decisión de encontrar a la madre de Suli, y esta misión es la que les une y forma el objetivo principal de la trama.

Incluso mientras pensaba en qué escribir para esta reseña, no lograba descifrar la aparente contradicción que es esta película, tan poco ambiciosa y sencilla, y al mismo tiempo tan importante y memorable.

No me sorprendió enterarme de que su director, Claus Drexel, había dirigido en 2013 un documental titulado En el borde del mundo, donde daba una mirada, y la palabra, a las personas indigentes que, como Christine (cuyo personaje fue inspirado en una de las mujeres entrevistadas), viven sin un techo y, por lo tanto, duermen precisamente bajo las estrellas del cielo parisino, ocupando puentes, aceras y callejones.

Una de las características más curiosas de Bajo las estrellas de París, por lo tanto, es que funciona casi como un punto medio entre documental y cuento, que nos habla sobre el abandono a los desesperados, el drama social de las personas indigentes y las inmigrantes indocumentadas, y que hace inevitable recordar lo que Hugo escribió en Los miserables hace siglo y medio: “Hay abajo más miseria que solidaridad arriba”.

A fin de cuentas, eso es lo que logra hacer la película, dejando a la vista situaciones que no pueden ni deben ser ignoradas, ya sea en Francia o cualquier otro lugar de la tierra; nos invita a contemplar la victoria y el devastador fracaso de una sociedad capitalista donde conviven en tóxico matrimonio el lujo y la miseria.

Porque, cuando pensamos en París, pensamos en la ciudad del amor, la moda y el arte, en los cafés al son de acordeones, en la torre Eiffel, Notre-Dame y el Louvre; y quizá no en las personas que comen de la basura y duermen en cartones a lo largo y ancho de la ciudad, ni en las innumerables carpas de refugiados bajo los puentes y en las plazas, y sin embargo allí están, y la película está comprometida en mostrarnos un París más oscuro, olvidado y triste, lleno de seres humanos a quienes, muchas veces, se nos olvida recordar como tales.

De igual forma, Bajo las estrellas de París clama a favor de las personas de otros países, que huyen, desesperadas, de los desastres de la guerra o persecución en su tierra natal, y que muchas veces quedan como Suli y su madre, náufragos en ciudades y países donde son temidos y despreciados por muchas personas, muchas de las cuales ocupan posiciones de poder, y a quienes, hoy más que nunca, se les puede dirigir el discurso que Shakespeare da al autor de Utopía en el segundo acto de su obra Tomás Moro, cuando el personaje del filósofo se para ante una turba exaltada en contra de un grupo de extranjeros (franceses, curiosamente) que escapan de la guerra y han pedido refugio en suelo inglés, y les dice:
“Si fuerais extranjeros, ¿sería de vuestro agrado encontrar una nación de este bárbaro temperamento que, llena de horrible violencia, no os daría ni una morada en la tierra, y afilara sus cuchillos contra vuestras gargantas, desdeñándoos como a perros, como si Dios no fuera también vuestro hacedor? ¿Qué sentiríais siendo utilizados así? Este es el caso de los extranjeros, y esta vuestra colosal inhumanidad.”

He visto algunas críticas de Bajo las estrellas de París, donde una de las principales quejas es que Drexel no desarrolló con profundidad los aspectos más trágicos de la historia, pero, a decir verdad, no parece que haya tenido la intención de que su película fuese más de lo que es. No es muy ambiciosa, ni muy original, no es una obra maestra y el guión puede ser sencillo e incluso predecible, y todas las reseñas que critican estos aspectos tienen razón.

Pero he aquí el detalle: Al final, nada de eso importa, porque la innovación no está en la historia, sino en la forma que nos es contada, así como en la inigualable identificación emocional, en gran parte gracias a las magníficas interpretaciones de Catherine Frot como Christine, y de Mahamadou Yaffa como Suli, ya que sólo con sus miradas ambos son capaces de romper el corazón.

La sencillez de la película incluso funciona a su favor porque, si bien es cierto, tiene que ver con una problemática sociopolítica, la narración se mantiene directa y nunca pierde de vista que la historia es de sus dos protagonistas. No es alegoría ni propaganda, y logra evitar el sentimentalismo manipulador en el cual otras obras de temática similar (incluso del propio Hugo) caen de vez en cuando.

Sobre todo, la grandeza de la película está en lo que nos dice.

Así como las fábulas son más breves y sencillas que las novelas, y sin embargo conservan la capacidad de transmitir un mensaje, en el caso de esta fábula, el mensaje es uno de ternura y optimismo en la naturaleza y destino de la humanidad, y aunque, por lo general, la película presenta un tono ligero y alegre (y hay varios momentos genuinamente graciosos), la denuncia social no deja de latir bajo su piel, y es importante que lo tengamos en cuenta ya que, por supuesto, la misma problemática que vemos en el París de la película, podemos encontrarla en las calles de cualquier ciudad del mundo.

En breve, Bajo las estrellas de París es una película pequeña, amena y aun así, poderosa, digna de ser vista y apreciada por lo que es; que nos invita a una mayor solidaridad y compasión, y a recuperar, al menos por un momento, la esperanza de que la humanidad puede mantenerse invicta bajo la adversidad y hacerle frente a la injusticia.

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