Centroamérica

Por cualquier medio necesario: Por qué ‘Malcolm X’ sigue siendo relevante

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Este artículo contiene spoilers de la película ‘Malcolm X’ (1992).

“En el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso” dice una voz en un fondo negro, tras la cual se escucha un solemne “Amén”; una multitud de voces aplaude y vitorea para dar la bienvenida a un hombre que anticipan con emoción y en ese momento suenan platillos, la bandera estadounidense aparece en pantalla, intercalada con una suerte de pesadilla grabada en video: la noche del 31 de marzo de 1991, Rodney King es apaleado sin piedad por un grupo de oficiales. La trompeta de Terence Blanchard resuena iracunda, y de inmediato es seguida por una fuerte voz que proclama: 

“¡Hermanos y hermanas, estoy aquí para decirles que acuso al hombre blanco! ¡Acuso al hombre blanco de ser el más grande asesino sobre la tierra! ¡Acuso al hombre blanco de ser el más grande raptor sobre la tierra! No hay lugar en este mundo al que ése hombre pueda ir y decir que ha creado paz y armonía. A donde sea que ha ido ha creado estragos. A donde sea que ha ido ha creado destrucción…”

La bandera empieza a consumirse por las llamas, hasta dejar sólo una X bordeada de cenizas. Así comienza Malcolm X (1992); y no es fácil hablar de una película cuyos tres primeros  minutos son así de intensos.

Ésta película, dirigida por Spike Lee y estrenada seis meses después de los disturbios por el caso de Rodney King, está basada en la Autobiografía del célebre activista por los derechos civiles. A pesar de la controversial historia de su producción, fue aclamada por el público y la crítica por sus incontables méritos, destacando particularmente la interpretación protagónica de Denzel Washington (cuya subestimación por parte de la Academia sólo confirma la insignificancia de los Óscar) y sigue siendo una de las mejores biopics de la historia; pero en estos tiempos, hay un motivo especial por el cual valdría la pena verla, y tiene que ver con todo cuanto ha pasado en Estados Unidos durante las últimas semanas y que nos concierne como costarricenses.. 

Cuando digo que los estragos del racismo están presentes a lo largo y ancho de América, hablo de un continente que va desde Alaska hasta Ushuaia, y del que forma parte una Costa Rica que delira con ser “blanca” y está inflamada del mismo odio que linchó a George Floyd y, más recientemente, a Rayshard Brookes, aunque aquí no se dirija exclusivamente a personas afrodescendientes, sino a personas indígenas o extranjeras, o cualquier otredad cuya piel no sea clara. Por décadas y siglos, los crímenes raciales no han ocurrido de vez en cuando, sino día tras días, hasta el punto de que es literalmente imposible nombrar a todas las víctimas, siendo Floyd y Brookes sólo dos de las más recientes.

Al recomendar esta película, no ahondaremos demasiado en las implicaciones de lo que está pasando y que se ha discutido por personas con mayor conocimiento del tema; en vez de eso, tomando como caso de estudio las tres principales etapas en la vida del protagonista, nos centraremos en un elemento más personal, que apela a cada ser humano sin importar de dónde venga: la infinita capacidad de cambio que posee un individuo para sí y su entorno, en una turbulenta, vacilante pero interminable carrera hacia el progreso; una capacidad que puede ser estimulada por las historias que nos contamos, incluyendo a través del cine.

La primera etapa comienza en una barbería , donde el joven y despreocupado Malcolm Little  aguanta el ardor de la lejía en su cabeza para que su cabello se vea lacio como el de un blanco, antes de vestirse con un deslumbrante traje zoot de un “pachuco”, y pasar la noche entera bailando lindy-hop. A partir de esta primera impresión sería difícil adivinar en lo que éste hombre se convertiría, o que vino de una humilde pero orgullosa familia seguidora de Marcus Garvey. 

Sin embargo, cuando nos comienza a narrar su vida en un voice over, comprendemos que Malcolm parecía destinado a pelear contra el racismo desde antes de nacer: Una noche, su madre, aún embarazada con él, se enfrenta cara a cara con cinco jinetes del Ku Klux Klan, que han llegado a exigirles con violencia que abandonen el pueblo. Determinados a no ceder ante el miedo, la familia Little se queda en su sitio, hasta que los hombres del Klan vuelven y prenden fuego a su casa, no dejándoles otra alternativa. Pocos años después, el padre de Malcolm es asesinado por el Klan, quienes le golpean en la cabeza con un martillo, le quiebran las piernas y lo arrojan en medio de las vías del tren. A pesar de la brutalidad del crimen, su muerte queda registrada como un ‘suicidio’, y su viuda es incapaz de recibir el dinero de su póliza; y ante la dificultad de mantener a su familia en una sociedad racista, en medio de la Gran Depresión, la madre de Malcolm acaba internada en un hospital psiquiátrico, y sus hijos son separados, cada uno enviado a un lugar diferente. “De verdad creo narra el protagonista que si alguna vez una agencia estatal destruyó una familia, destruyó la nuestra”.

Malcolm es el único niño negro en su nuevo hogar, lo que le gana el afecto de todos, pero un afecto condescendiente, como el que le habrían dado a una mascota. A pesar de ser un estudiante modelo, con las mejores calificaciones, y haber sido electo presidente del salón, algo en el pequeño Malcolm muere cuando un profesor, con las mejores intenciones, le dice que su sueño de ser abogado no es “realista” para las personas negras, en vez de eso recomendándole convertirse en carpintero, alegando que: “Muchas personas te darían empleo, yo mismo lo haría”.

Convencido de que por más que lo intente nunca progresará en una sociedad que le menosprecia, el joven deja sus estudios, abandonado cualquier meta o ambición, y se muda a la ciudad, donde su vida desciende cada vez más en la drogadicción y el crimen. Malcolm reflexiona sobre cómo los guetos de miseria, adicción, prostitución y crimen que son los barrios marginales cuya población es principalmente negra, abrigan a innumerables personas que pudieron haber alcanzado grandes metas, como artistas o científicos, pero fueron despojados de los medios por un sistema injusto. Ante afirmaciones simplistas como: “Si no quieren que los arresten, que no cometan crímenes” (similar al “son pobres porque quieren”), la historia de Malcolm destaca que, si bien es cierto, una persona puede levantarse y triunfar por encima de sus circunstancias, también es cierto que una sociedad intrínsecamente discriminatoria, cuyo racismo socava las posibilidades de las minorías desde el principio, disminuyendo su fuente de ingresos, sus oportunidades de educación y trabajo de calidad, y cuyo sistema judicial está empeñado en caer sobre ellas con más dureza que sobre la población blanca, comete un crimen infinitamente mayor.

Eventualmente, Malcolm es arrestado y sentenciado a diez años, no por robar sino por haberse acostado con una mujer blanca; es enviado a prisión, donde mantiene su actitud agresiva, ganando el apodo de Satán por su mal comportamiento y desprecio por la religión. Durante un conteo, los oficiales blancos, deseosos de verlo humillado, le piden que repita su número, y Malcolm responde desafiante: “Lo olvidé”. Tal osadía le lleva a confinamiento solitario, donde se repite a sí mismo en la oscuridad: “Pase lo que pase, no podrán quebrarme”. Se abre la escotilla y recibe la misma orden: “Di tu número”, pero sólo hay silencio, que le gana diez días más en el encierro. Allí el prisionero rechaza el agua que le ofrecen con una manguera, y aunque acepta un cigarrillo del capellán de la prisión (interpretado nada menos que por Christopher Plummer), cuando éste le pregunta con indiferencia: “¿Sabes que tienes un amigo en Jesús?” Satán estalla en violentos reclamos: “¿Si es tan amigo, qué ha hecho por mí? ¿Dónde estuvo cuando lo necesitaba?”. Por fin, luego de varios días en solitario, sin comida ni bebida, y quizá comprendiendo la magnitud de su infelicidad, Malcolm rompe a llorar. Cuando por fin se abre la puerta, está en el piso, desmayado; un oficial (de quien sólo vemos sus zapatos) lo patea, exigiéndole de nuevo que diga su número. Malcolm apenas puede murmurar: “A228” antes de ser arrastrado de vuelta a su celda.

Es aquí, cuando Malcolm se halla en su punto más bajo y desesperado, que escucha por primera vez las enseñanzas de Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam, una organización religiosa cuyo objetivo es ayudar a las personas negras a recobrar su sentido de identidad y autoestima; y es aquí donde Malcolm empieza su segunda etapa de cambio: Desarrolla un gran amor por la lectura que pronto le convierte en un erudito, y una asombrosa capacidad de oratoria que le permite enfrentar al capellán, utilizando la Biblia para demostrar que el Jesús histórico no era rubio y de ojos azules, sino de piel oscura. También descubre la magnitud del sufrimiento de su pueblo, despojado de su historia ancestral, su cultura, su dignidad; aprende de Elijah Muhammad que la negra es la raza original y superior, y que todas las personas blancas son malvadas por naturaleza, algo que, repasando su vida, a Malcolm no le cuesta creer. Aprende sobre cómo el cristianismo fue usado para garantizar la sumisión de las personas negras, y cómo el Islam es la única religión capaz de devolverles su honor. Renunciando para siempre al cerdo, el cigarrillo, el licor y las drogas, Malcolm se convierte en musulmán, y sale de la prisión de su mente resuelto a luchar para que su pueblo haga lo mismo. 

Una vez fuera de la cárcel, Malcolm conoce en persona a Elijah Muhammad (Al Freeman Jr.), quien lo recibe como un hijo, y siguiendo el ejemplo de los miembros de la Nación del Islam, el joven repudia su apellido de esclavo, y en honor al verdadero apellido africano de sus ancestros, perdido para siempre, lo sustituye por el símbolo matemático de lo desconocido; rápidamente, el ministro Malcolm X se convierte en un importante promotor de la Nación, hablando en sus discursos sobre la esclavitud mental de las personas afrodescendientes y cómo pueden vencerla, sobre la maldad innata de las personas blancas y por qué la gente negra no debería perder el tiempo tratando de compararse, ni mucho menos integrarse con ellas; con base en esto acusa a otros líderes, como Martin Luther King, de ser activistas falsos y serviles. Gracias a Malcolm, que entiende la importancia del lenguaje para restaurar el orgullo y valor propio, la Nación crece, y pronto se convierte en una figura pública nacional como internacionalmente.

En una importante escena, el ministro se dirige a dar un discurso en una universidad, cuando se le acerca una joven admiradora, blanca pero bienintencionada, que le pregunta: “¿Qué puede hacer una persona blanca que no es prejuiciosa, para ayudarlo y contribuir a su causa?” Malcolm responde fríamente: “Nada” y sigue caminando. Roger Ebert nota: “Su única palabra pudo haber sido el remate cómico de la escena, pero Lee ve con más profundidad, y termina la escena con el dolor en el rostro de la joven. Habrá un momento, más tarde en la vida de Malcolm, cuando tendrá una respuesta muy diferente a su pregunta”.

Como curiosidad, entre los fans de X-Men hay una tendencia a trazar paralelismos con la lucha por los derechos civiles, viendo a Martin Luther King en la filosofía pacifista del Profesor X y a Malcolm X en la ideología violenta y extremista de Magneto. Si bien tal comparación es superficial e inexacta, tiene una pizca de verdad en que la Nación del Islam, con su creencia en la superioridad genética, su apelación al separatismo y su rechazo a cualquier posibilidad de coexistencia pacífica, comparte más similitudes con Magneto y su Hermandad. Lo cierto es que, sin minimizar sus méritos, la Nación del Islam se rige como una dictadura o un culto a la personalidad de su líder. A pesar de toda su inteligencia y capacidad, Malcolm X rara vez ofrece un argumento que no empiece con: “El honorable Elijah Muhammad nos enseña que…”

Esto se vuelve escalofriantemente obvio en la escena donde Malcolm se encuentra ante un podio, dirigiéndose a una enorme congregación de fieles, detrás de sí una gigantesca pintura de Elijah Muhammad. Un plano contrapicado hace ver imponente a Malcolm, pero su figura se ve diminuta y atrapada en medio de los ojos del Mensajero, inmóviles e inquietantes desde su retrato.

“La mayor grandeza del honorable Elijah Muhammad dice Malcolm es que tiene la única solución para obtener paz en este país (…): la completa separación entre la raza negra y la raza blanca”. Los aplausos son estruendosos, y se acrecientan cuando Muhammad avanza al podio como una superestrella, con lentes de sol, de pie frente a su efigie, sin decir nada, sin hacer nada más que recibir los aplausos con una sonrisa y los brazos levantados.

Justo por este motivo comienza la fricción entre ambos hombres: el rápido ascenso de Malcolm X como figura pública y el hecho de que, a diferencia del movimiento esencialmente religioso del líder, el abordaje radicalmente político del joven ministro opaca más y más a su maestro, le genera la envidia y el temor, no sólo de sus compañeros, sino del propio Muhammad. Malcolm se entera de que, en secreto, el Mensajero se ha expresado de él con desconfianza, y al mismo tiempo descubre que su mentor, en contra de sus propias enseñanzas morales, ha sido un adúltero y un abusador sexual de sus jóvenes secretarias, muchas de ellas menores de edad, a quienes ha dejado embarazadas con hijos que se niega a reconocer. A pesar de sus mejores intentos por convencerse de que Elijah Muhammad es similar a héroes adúlteros de la Biblia, como David o Salomón, Malcolm no puede reconciliar la hipocresía del líder y de toda la organización, y tras doce años de ser su más fiel servidor, abandona la Nación del Islam, bajo la mirada amenazadora de sus miembros.

Aquí inicia la tercera y más importante etapa de cambio en nuestro protagonista: Sufriendo una profunda crisis de fe, Malcolm se embarca en el hajj, la peregrinación a la Meca, donde encuentra una forma más auténtica del Islam, que dista mucho de la versión tergiversada que predica Elijah Muhammad, y es en la Meca donde Malcolm puede ver que muchas enseñanzas de Muhammad estaban equivocadas, sobre todo con respecto a la necesaria división entre personas. Al compartir genuina y amablemente con fieles de todo el mundo, de todas las etnias y culturas, Malcolm es testigo de que el odio no es una característica innata de ningún ser humano.

En una carta dirigida a su esposa Betty (Ángela Bassett), Malcolm dice: “Puede que mis palabras te sorprendan, pero he comido del mismo plato, bebido del mismo vaso y rezado al mismo Dios con amigos musulmanes cuyos ojos eran azules, su cabello rubio y su piel del blanco más blanco, y todos éramos hermanos. En verdad, personas de todos los colores y razas creyendo en un solo Dios y una sola humanidad”.

En una de las escenas más hermosas de la película, vemos una larga procesión, compuesta por fieles de todos los colores, entre los cuales está Malcolm proclamando felizmente: “Aquí estoy, Alá, aquí estoy”, y al fondo, un tranquilo cielo gris: blanco y negro siendo parte del mismo color.

“En el pasado continúa Malcolm lancé acusaciones extremistas a toda la gente blanca, y éstas generalizaciones causaron daño a algunas personas blancas que no se lo merecían. Debido al renacimiento espiritual con el que fui bendecido como resultado de mi peregrinaje a la ciudad santa de la Meca, nunca más me suscribiré a acusaciones extremistas de una raza. Procuraré ser muy cuidadoso para no sentenciar a nadie que no haya sido encontrado culpable. Yo no soy un racista y no apoyaré ninguna de las manifestaciones del racismo.”

Tras su peregrinaje, Malcolm cambia su nombre una última vez; si antes lo había hecho para renunciar a su apellido de esclavo, ahora, adoptando el nombre El-Hajj Malik El-Shabazz, abraza no sólo una fe renovada, sino una nueva independencia y madurez de pensamiento. Hay personas que, al escucharlo decir: “Hoy mis amigos son negros, rojos, amarillos, marrones y blancos” interpretan que Malcolm se ha calmado y por fin abandonará sus duras críticas, como si el racismo hubiera desaparecido por arte de magia; pero la nueva posición de Malcolm no es tan simple.

Malcolm sigue creyendo que su lucha le pertenece a los afrodescendientes, y que estos deben demostrar que son capaces de hacerlo por su cuenta, y por eso busca trabar amistad con los líderes que previamente había despreciado, para luchar juntos, ya no sólo por derechos civiles, sino por derechos humanos; lo que anhela es la unidad internacional de todas las personas negras y así llevar su causa ante las Naciones Unidas, convencido de que el racismo es un problema internacional. Sin embargo, Malcolm había entendido que el racismo no es un atributo necesario en la naturaleza de las personas, sino una creencia que implica una serie de comportamientos, entendió que la bondad y la maldad no tenían nada que ver con el color de la piel, sino con el carácter, había visto con sus propios ojos que es posible convivir en amistad, siempre y cuando las personas aprendan a considerarse hermanas y hermanos de la misma familia humana. Pero esto requería indispensablemente que el racismo fuera combatido y extirpado de la sociedad, y mientras las personas racistas continuaran discriminando, atacando y asesinando a personas negras, estas tenían todo el derecho y la obligación de defenderse por la fuerza, de ser necesario (y con esto podríamos trazar una comparación, mucho más acertada, entre Malcolm X y el Profesor X). 

Una escena eliminada que nunca debió ser eliminada muestra un significativo momento, en que Malcolm, durante los últimos días de su corta vida, se topa con otra joven blanca, haciéndole la misma pregunta: “¿Cómo puedo ayudar?”. Malcolm guarda silencio unos segundos, tal vez recordando con tristeza a la chica de años atrás, y viendo esto como una segunda oportunidad, responde: “Aprendí, de la manera difícil, que el racismo empieza en el hogar y la propia comunidad, por lo que te sugeriría que, si quieres ayudar a las personas negras, te reúnas con otras personas que piensen como tú, que sean sinceras como yo sé que eres, y que peleen la batalla contra el racismo justo donde empieza”. Con una amplia sonrisa, la joven responde: “Lo haré, señor X, lo haré”.

La vida de Malcolm fue arrebatada antes de que pudiera alcanzar su plenitud. Al final de sus días él mismo reconoció no estar seguro sobre cuál era su posición, pero todo parece indicar que ahora la meta de su activismo era lograr una sociedad donde personas de todos los colores pudieran convivir en hermandad, y aunque esto es debatible quizá incluso haya empezado a cuestionar la misma idea de “raza”.

A pesar de sus más grotescas esperanzas, los hombres que asesinaron a Malcolm X no lograron destruir su legado, y ésta película es prueba de ello. En el momento de su estreno hubo personas que tuvieron la tensa expectativa de que Spike Lee les excluiría agresivamente, pero si la película fue tan bien recibida es debido a que, además de conmovedora, es inclusiva, y tanto como es una fuerte denuncia del racismo, también es una honesta invitación a la humanidad y la empatía.

A un nivel más personal, la de Malcolm X es una historia de constante reinvención y levantamiento, de un hombre que se liberó a sí mismo, nunca dudando en reconocer sus errores y buscar una mejor respuesta, y nunca dejando de progresar hacia su mejor versión como persona, tal como lo sugiere la canción A change is gonna come de Sam Cooke, interpretada en un bello montaje cerca del final de la película, al decir: “just like a river, I’ve been running ever since”. Este ejemplo de cambio radical es importante ahora más que nunca.

Las protestas de las últimas semanas no tienen nada que ver con Derek Chauvin y sus matones, no se han detenido solo porque fueron sentenciados, y no deberían hacerlo, porque el problema del racismo no puede reducirse a la conducta de un puñado de malos policías. Los gestos de simpatía y perdón son importantes, pero la solución no está en arrodillarse por ocho minutos y cuarenta y seis segundos, o abrazar oficiales individuales alegando que ellos no han matado a nadie, ni se puede pretender que la afirmación: “se trata de unas cuantas manzanas podridas” sea suficiente. Las protestas nunca fueron contra un hombre ni en perjuicio de cualquier individuo decente que porte un uniforme policial, sino en contra de un sistema institucional, gubernamental y social que durante siglos ha propiciado la devastación de innumerables vidas en todo el mundo, desde las plantaciones de Estados Unidos hasta las bananeras de Limón, con base en un pensamiento cruel con infinitas manifestaciones, y del cual Chauvin es sólo un despreciable y extremo ejemplo.

Tratar de cambiar el sistema quitando malos policías o arreglando algunas leyes es como tratar de limpiar una sopa envenenada usando un colador, Malcolm lo entendía cuando dijo: “Si me clavas un cuchillo en la espalda nueve pulgadas y lo sacas seis pulgadas, no hay progreso. Si lo sacas por completo, no hay progreso. El progreso está en curar la herida causada por el golpe, pero no han sacado el cuchillo ni mucho menos curado la herida; ni siquiera han admitido que el cuchillo está allí”.

Si queremos conservar la vida, debemos desechar la sopa envenenada y crear una nueva. Si no queremos que nos asfixie un mundo supurante de odio, es necesario derribar su estructura y crear otra. En Estados Unidos por ejemplo, se ha propuesto desfinanciar el organismo de la policía, no para que deje de existir, sino para reasignar la mayor parte de esos fondos a programas que mejoren las condiciones de vida, educación, salud y empleo, de modo que los problemas que “requerirían” la fuerza policial ni siquiera puedan generarse. 

Por supuesto, siempre habrá racistas, porque siempre habrá idiotas en el mundo, pero si podemos erradicar el racismo de nuestras instituciones y de la sociedad en general, aunque sea un trabajo que tome décadas, la victoria estará que ninguna de esas voces de discriminación y odio tendrán el respaldo para dañar o destruir vidas, ni mucho menos de salir impunes. Éste tipo de cambios radicales sólo se lograrán cambiando la forma de pensar, destruyendo el ridículo catálogo de colores que arbitrariamente reparte privilegios y desventajas, y éste cambio sólo se logrará por medio de una nueva educación, tanto en la niñez como en la adultez, que enseñe que el color de la piel es sólo una característica genética superficial, no una categoría ontológica donde radique alguna superioridad o inferioridad esencial.

Ésta es la verdad: Hay en el mundo un sinfín de etnias y culturas, pero las razas no existen y nunca lo hicieron. No existe la “raza negra”, sino la gente con piel oscura. No existe la “raza blanca”, sino la gente con piel clara.  Lo único que ha existido es la mentira estúpida del racismo, y si tuviéramos que hablar de razas, entonces sólo existe una: la raza humana, compuesta de individuos diferentes pero iguales. 

George Floyd fue asesinado el 25 de mayo, una semana después del natalicio de Malcolm X. Los problemas que él denunciaba hace medio siglo siguen reptando en los rincones del mundo, y si algo nos deja claro su ejemplo es que la lucha por la justicia social y la igualdad de derechos no se pelea una vez para siempre, sino cada día, en cada generación. O en palabras de Malcolm, recitadas al final de la película por el gran Nelson Mandela: “Declaramos nuestro derecho sobre esta tierra de ser seres humano, de ser respetados como seres humanos, de recibir los derechos de un ser humano, en esta sociedad, en esta tierra, en este día, y tenemos la intención de hacerlo realidad… por cualquier medio necesario”.

 

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