
Por: Jorge Arturo Mora*
Desde hace mucho tiempo que no me siento mal por mis peleas imaginarias.
Las fantasías mentales no discriminan en temas, excusa perfecta para agarrarse a golpes imaginarios con uno mismo sobre la pizza con piña, Dios, el partido político de turno y hasta por zapatillas de correr… La tranquilidad de los confines mentales asegura pleitos que nunca dejarán enemistades; solo un rato de debates, idas y venidas que se sanan con un vaso de agua.
La curiosa ventaja de estas luchas con uno mismo desata en que, en muchas ocasiones, el resultado es catártico, casi de la misma forma en que el narcotizado Edward Norton recibe los puñetazos de El Club de la Pelea.
Justo esa cachetada sentí recientemente cuando me puse a discutir conmigo mismo sobre My Blueberry Nights, posiblemente el filme menos apreciado (por no decir odiado) del maestro Wong Kar-Wai.
Hace poco tiempo me di cuenta que el cineasta chino es uno de mis favoritos de la vida. Me obsesioné con sus colores, con los pasillos mojados de su mundo, con las superlativas locuras de cada uno de sus personajes que se nos administran en pequeñas dosis de humor y calidez.
A la altura de su noveno largometraje, Wong Kar-Wai decidió dar un salto mucho más que transoceánico. Tras una prolongada carrera de filmaciones en China, el cineasta se fue a Estados Unidos para dirigir a estrellas como Jude Law, Natalie Portman, Rachel Weisz y David Strathairn.
Por si fuera poco, en su cruzada al cine de occidente decidió que su filme fuese protagonizado por Norah Jones, talentosa cantante que importó al mundo de la actuación como debutante (los ecos de Björk en Bailarina en la oscuridad son bien recibidos).
Con Jones encabezando el elenco, el cineasta chino emprende un relato de historias cruzadas. Una joven neoyorquina sufre un desamor y emprende un nuevo destino. El hombre que la conoció tras su ruptura continúa su vida sin olvidarla, mientras que otros personajes que aparecen en el camino marcan un trillo sabroso de morder como si se trataran de las golosinas que dejan regadas Hanzel y Grettel.
No podría ser más fascinante.
Wong Kar-Wai resucita su hechizo magnético desde el otro lado del mundo. Demuestra que sus protagonistas tienen un imán especial que no depende de puntos geográficos, sino de la cautelosa dirección de la historia. Los personajes que surgen repentinamente en pantalla nos importan, nos serán arrebatados y lloraremos por y con ellos.
Algunos dicen que, con My Blueberry Nights, Wong Kar-Wai continúa haciendo el mismo filme que llevaba haciendo ocho películas atrás y personalmente no puedo considerar tal etiqueta más que como un elogio.
My Blueberry Nights es una road movie, una comedia, un romance y una tragedia, que también abraza el pavimento que construyó la carretera filmográfica del cineasta chino: el deseo.
En el filme tenemos los momentos de una vida de un puñado de personajes. Es la encarnación de la intuición humana retratada en paisajes que parecen extrañar un pasado que nunca atestiguaron.
Cada espacio físico es un blues con olor propio. Cada diálogo es el prefacio de un poemario.
Como si se tratara de leer un libro, My Blueberry Nights es una antología de relatos interconectados. Conversaciones casuales tienen la poesía que les ofrece la oscuridad de la noche, de la misma manera en la que un pastel de arándanos contiene el universo de emociones de su protagonista.
No será mi película favorita de Wong Kar-Wai (veo difícil que algún título le quite el puesto de privilegio a Chungking Express), pero tengo una fascinación con esta cinta por su honestidad; por cómo ejemplifica que no se trata de usar un efecto de cámara lenta cada cinco segundos para hacer un momento poético, sino que pausar el tiempo significa detenerse para escuchar qué está gritando nuestro entorno.
*Jorge Arturo Mora es periodista y realizador audiovisual, redactor en los suplementos Viva y Revista Dominical del periódico La Nación, cofundador de la revista digital La Cuarta CR y podcaster en Segundas impresiones de la comunidad audiovisual deleFOCO.