Centroamérica

Crítica de ‘Yuli’: el peso del talento

Yuli

La directora española, Icíar Bollaín nos trae el biopic de Carlos Acosta —apodado Yuli—, un laureado bailarín cubano marcado por la relación conflictiva con su padre. El filme acompaña a Yuli desde su infancia rebelde hasta una adultez en la que debe recoger las consecuencias de una carrera que todavía no sabe si escogió por gusto o por presión. 

Bollaín apuesta por una narración intercalada entre pasado y presente en la que Yuli es  interpretado por tres actores diferentes —incluido el mismo Acosta— y acompañada por coreografías de danza autobiográficas. 

Desde el inicio Yuli pone un dilema sobre la mesa: ¿el artista está obligado a potenciar su talento aunque no quiera? El padre de Acosta —interpretado por Santiago Alfonso— piensa que sí y presiona a su hijo a desarrollar su don para la danza y así romper una tragedia familiar llena de humillaciones y estigmas raciales; Yuli, en cambio, es reacio a sacrificar su infancia por perseguir un boleto dorado. Esta dinámica de empuja y jala —matizada con amor y abusos— entre padre e hijo es el motor que mueve la película. 

La interdisciplinariedad entre la danza y el cine que propone Bollaín funciona pero en ciertas ocasiones entorpece el ritmo de la película al no encontrar siempre esa ósmosis; a veces parecen apenas las fotografías de un baile. Sin embargo, hay una secuencia de danza especialmente potente en la que Yuli representa la etapa más violenta de la relación con su padre. Cada golpe es agrio y está cargado de un resentimiento que sigue latente. El pasado y el presente se diluyen y Yuli nos enseña sus heridas en carne viva. Con cada movimiento se abren y se cierran las llagas al tempo de sus pasos mientras la cámara lo sigue como la melancolía a los recuerdos.    

El primer acto —la niñez de Carlos— es la parte más colorida del retrato. La interpretación del joven Edison Manuel Olvera es vibrante e imanta a primera vista. Edison expele carisma y es protagonista en los momentos donde la película respira con mejores tonos. Además Icíar Bollaín logra capturar la riqueza agridulce de Cuba con especial magnetismo. 

Muchos de estos matices se pierden en la segunda mitad. La presencia en pantalla de Keyvin Martínez como un Carlos adulto queda lejos de la naturalidad de Edison y es posible que baje el interés de la audiencia en el personaje. 

En términos generales, Yuli plantea dilemas interesantes —la obligación del talento, la vida cubana, las cargas raciales— pero los aborda con cierta superficialidad. Entra y sale de las convenciones del biopic con notas ambivalentes. Eso sí, se puede rescatar que cuando brilla lo hace con fuerza.

Próxima función: Viernes 19 de julio a las 9:00 pm en el Cine Magaly. 

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