
El 22 de marzo de 1895, los hermanos Lumière presentaron La salida de la fábrica Lumière en Lyon, una de las primeras y más reconocidas producciones de la joven y maravillosa forma de arte que llamamos cine. Los Lumière son justamente celebrados como dos de los más importantes pioneros de la tecnología cinematográfica, incluso cuando, por extraño que parezca, ellos mismos eran escépticos sobre el futuro de su empresa. Jamás imaginaron que sus contribuciones al incipiente arte del cine habrían de cambiar la historia de la forma en que lo han hecho.
Por tal motivo es una triste ironía que el centésimo vigésimo quinto aniversario de tal acontecimiento haya caído hace menos de un mes, cuando las salas de cine del mundo se encontraban mayormente vacías. Hoy, en todas partes, el medio cinematográfico parece estar bajo el asedio de una amenaza invisible, pero cuyos estragos hemos podido ver y sentir en cada aspecto de nuestra vida.
La actual pandemia, como cualquier acontecimiento destinado a pasar a la historia, es un tema difícil de explorar a profundidad en este momento, ya que desde la comunidad médica y científica hasta los grupos familiares en Whatsapp, apenas somos capaces de poner los rieles frente al tren a medida que éste avanza.
Hay innumerables matices que deben ser considerados a la hora de lidiar con el problema, empezando siempre con el terrible costo que ha exigido en el número de vidas. El golpe fulminante que tuvo y tendrá en la economía global, el rol de los gobiernos y sistemas de salud, las implicaciones sociales e incluso étnicas que podría caracterizar la reacción a la presente crisis en comparación con otras pandemias y epidemias de los últimos años, hasta el impacto –con suerte para bien- que el cese de actividad humana en todo el mundo está teniendo sobre el medio ambiente, son sólo algunas de las innumerables dimensiones que alcanzará la discusión y el estudio de este amargo capítulo una vez haya concluido.
Su impacto en el arte y la cultura en general, aunque pueda parecer el menor de los problemas que enfrentamos, es uno de los aspectos que dará más de qué pensar, y no está de más poner nuestra atención en él, porque si hay algo que está más allá de cualquier discusión es que los seres humanos necesitamos el arte tanto como el oxígeno.
El caso del cine es de particular interés, por el simple hecho de su juventud en comparación con otras formas de arte, como la pintura, la literatura, la música o la danza, que han acompañado a la humanidad desde sus albores y resistido junto a ella los golpes de las guerras, enfermedades y hambrunas a través de los siglos. Boccaccio y Petrarca vivieron y escribieron durante los infernales años de la Peste Negra, las guerras napoleónicas inspiraron los grabados de Goya y la Obertura 1812 de Tchaikovsky, Katherine Anne Porter retrató la angustia de la pandemia de influenza de 1918 en su novela Pálido caballo, pálido jinete, y ni qué decir los movimientos artísticos que surgieron bajo la influencia de, y como respuesta a, los estragos de las grandes guerras del siglo XX; así como estos podemos citar mil ejemplos más.
Pero el cine es una forma de arte relativamente nueva, cuyos orígenes pueden trazarse, cuando mucho, a finales del siglo XIX con la cronofotografía de Eadweard Muybridge, lo que nos permite asegurar que nos ha acompañado durante poco más de un siglo en una historia larga y turbulenta, resistiendo con nosotros más golpes de hambruna, enfermedad y guerra.
Veintitrés años después de que los Lumière proyectaran la salida de sus trabajadoras y trabajadores, cuando el mundo entero ni siquiera había logrado salir de una gran calamidad, fue azotado por otra incluso mayor. Jamás conoceremos la cifra exacta de la pandemia de influenza de 1918, pero se estima que no puede ser inferior a cincuenta millones de vidas que apagó en poco más de un año, superando considerablemente la cifra de veinte millones alcanzada por su inmediata antecesora, la Primera Guerra Mundial. La enfermedad fue tan virulenta que terminó con la vida de artistas como Gustav Klimt y Egon Schiele, y pudo haberse llevado a importantes figuras del cine, como Lillian Gish; Mary Pickford, cofundadora de United Artists; y un joven Walt Disney, entonces miembro de la Cruz Roja.
En medio del horror, la incipiente industria del cine se vio afectada de una manera que hoy, casi exactamente un siglo después, nos parecerá familiar: Hollywood, por ejemplo, detuvo todas sus producciones durante tres semanas luego de que los dirigentes de varias ciudades de Estados Unidos ordenaran el cierre temporal de teatros y salas de cine; sin embargo, por suerte para la rampante enfermedad, hubo salas que permanecieron abiertas, facilitando que más personas sucumbieran a la tormenta de citosinas, y ya sea que hubieran o no cerrado sus puertas, para cuando la pandemia cesó, entre 1919 y 1920, fueron pocas las salas capaces de reabrir, y fueron muchas las compañías que acabaron en la quiebra.
Con el paso de los años, sin embargo, la memoria de la pandemia se fue atenuando, convirtiéndose en una suerte de apéndice a la más “épica” saga de la Gran Guerra, y el medio cinematográfico no volvió a preocuparse, incluso en cara al anterior brote de 2003 cuando el novedoso SARS-CoV sobrepasó 8.000 casos confirmados y 775 muertes en todo el mundo; China ordenó la suspensión de sus producciones durante un par de meses, pero las industrias internacionales no parecieron muy intimidadas.
Pero esto cambió radicalmente cuando, a inicios de este año, el SARS-CoV estrenó su secuela a nivel mundial, y siguiendo en la tradición de las mejores secuelas, sobrepasó los méritos de la original. A la fecha de escritura del presente artículo, el SARS-Cov-2 ha excedido 1.983.219 casos confirmados y 125.000 muertes en todo el mundo, números que con toda seguridad aumentarán considerablemente en los siguientes días.
A esta alturas, cuesta creer cómo hace unos meses (en nuestro caso, poco más de uno), nuestros asuntos seguían su cauce habitual. No fueron pocos los costarricenses que, confiados en el recuerdo de que el SARS y el MERS no llegaron al país, y que la tasa de mortalidad de la AH1N1 fue relativamente baja, jamás imaginaron un cambio tan súbito y agresivo.
Quienes amamos el cine, ciertamente, confiábamos en ello mientras esperábamos con ansias la apertura del octavo Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC), hasta que fue suspendido el 12 de marzo, y la mayoría de costarricenses comenzó a entender que el asunto iba en serio (a fin de cuentas, si Idris Elba y Tom Hanks pueden contagiarse, es porque nadie está a salvo) y que nos enfrentamos a un virus cuya propagación ya era imparable, lo que sólo nos dejaba la opción de tomar medidas preventivas para ganar tiempo y proteger a la población más vulnerable.
Al igual que con todo tipo de actividad cultural o artística que implique conglomeración, en todo el mundo se han cancelado, suspendido y reprogramado innumerables producciones, estrenos, festivales, premiaciones y otros eventos cinematográficos, la lista es abismal.
En cuestión de tres meses, este pequeño virus ha logrado paralizar la cultura en cada rincón del planeta, y ante dicha parálisis, la principal opción de entretenimiento ha estado en el turbulento mar del internet. La demanda por streaming de series y películas ha sido tan grande que Netflix, Youtube y Amazon Prime decidieron bajar la calidad de sus plataformas con tal de no verse abrumados por el costo de banda ancha. Y en un desacostumbrado gesto de progreso, la misma Iglesia Católica acompañó los últimos días de la Cuaresma y la Semana Santa con misas y prédicas online.
¿Qué significa esto para el medio cinematográfico en general? ¿Podría ser que esta crisis marque un antes y un después, cambiando para siempre nuestra forma de ver y hacer cine?
Tal posibilidad parece muy probable, por no decir indudable, si tomamos en cuenta la cantidad de compañías y estudios que en un esfuerzo por mantenerse a flote han optado por adaptar sus estrenos al formato de streaming. Con los recientes ejemplos de Marriage Story o The Two Popes, es posible que dichas compañías confíen en el fácil acceso y, sobre todo, potencial para recaudar ganancias y atraer premios tan codiciados como los Óscar.
Richard Brody escribió para The New Yorker: “Es imposible saber si la oportunidad de atraer nueva audiencia en casa durante la actual crisis será tan breve como la oportunidad de rescatar compañías de producción lo fue a finales de 1918. Pero sospecho que será más duradero, que el hambre por entretenimiento conducirá a los espectadores a nuevos estrenos online en el momento que aparezcan, y que los estudios comenzarán a calcular sus tasas de caída en streaming online con el mismo cuidado que dedican a su calendario de estrenos en salas. La pregunta principal, por supuesto, es si después de que la pandemia termine, ya sea una cuestión de semanas o meses, los estudios instantáneamente volverán al modelo de salas primero. No es implausible imaginar los estrenos en salas transformados en eventos especiales [que precedan] a los estrenos vía streaming.”
Las implicaciones que semejante revolución tendría para el cine son demasiado grandes como para ignorarlas, y pese a todos los pronósticos, solo el tiempo nos irá revelando el desenlace.
El cine está pasando por una crisis con la que nunca había tenido que lidiar; incluso si históricamente podemos señalar un precedente en la gripe de 1918, la globalización es tan frenética y la magnitud de la actual pandemia es tan severa que bien podría ser la primera vez, y por eso es tan difícil hacer predicciones, ya que no hay mucho en el pasado con que podamos comparar el presente.
Sin embargo, algo que sí podemos ver claramente es el terrible significado de la pandemia para todas las personas que trabajan en el medio del cine, desde de productores y dueños de cadenas, hasta directores, actrices, actores, escritores y demás artistas, y sobre todo, tantas personas anónimas pero indispensables para el séptimo arte, ya sea en sets, oficinas, acomodando salas o vendiendo entradas.
En Costa Rica, donde el cine nacional está alzando vuelo, pero aún con gran esfuerzo, el golpe será mayor, ya hemos visto cómo la situación se vuelve cada vez más tensa para los negocios dedicados al cine: el 15 de marzo se ordenó el cierre de restaurantes, casinos, bares y discotecas; los teatros y cines podían permanecer abiertos siempre y cuando su capacidad operativa se redujera a un 50%. Algunos días después, el Cine Magaly anunció que cerraría durante una semana, y actualmente sus puertas se hallan cerradas del todo, una situación que lamentablemente no se limita al Magaly, Cinemark o Cinépolis, sino a todas las cadenas comerciales de cine.
La Sala Garbo, que luchó arduamente por mantenerse activa durante las primeras semanas del brote en Costa Rica, actualmente trabaja para adecuar su página web a las condiciones que esta ocupación invisible de nuestro país ha impuesto a cada sector de la sociedad. Por el momento, Mi Butaca Cine Club ha continuado esta lucha a través de su página web, en la que ofrece una selección de clásicos a cambio de que el boleto de entrada sea pagado en forma de depósito, lo que da a su situación un tinte más amargo si se tiene en cuenta que está ofreciendo dicho servicio en un océano infinito donde cada una de esas películas puede ser hallada, de una forma u otra, a un precio no mayor que el de cerrar algunas ventanas de spam.
De los cines, compañías productoras, agencias de casting, directoras y directores de fotografía, arte, artistas y técnicos de maquillaje, sonido, edición, actrices, actores, nadie se ha visto exento de pérdidas de miles de dólares, y en varios casos se han visto en la penosa situación de cancelar proyectos y servicios, suspender contratos e incluso despedir empleados.
Un comunicado del Consorcio Creative Media Costa Rica, publicado el pasado 20 de marzo, afirma que alrededor de dos mil trabajadores freelancers, entre los que se cuentan actores, animadores, músicos, técnicos se han quedado sin trabajo. De acuerdo con dicho comunicado: “…El sector dejará de percibir unos USD $5 millones a causa de esta pandemia. En el mejor de los escenarios, si la alerta de emergencia no dura mucho, la recuperación de la industria en publicidad y entretenimiento tomará, al menos, 6 meses.”
¿Cuál será, entonces, el futuro del cine como industria? Por el momento, no nos queda más que esperar.
Para Eliana Docktermann de Time, uno de los posibles escenarios consiste en que: “Incluso si los espectadores regresan a las salas cuando el coronavirus esté contenido, ansiosos por salir de casa y reunirse de nuevo con amigos y extraños, podríamos ver una engañosa oleada en venta de entradas. (…) Pero cuando los estudios hayan exhibido todas las películas que tenían listas, es poco claro qué pondrán en las pantallas.”
Aunque lo más probable es que la industria y el público den un poderoso giro hacia la vía digital, lo cierto es que no deberíamos ser demasiado fatalistas. Es cierto que al mundo del cine le espera una lenta y ardua convalecencia, pero con suerte nuestro hábito de ir a una sala de cine no colapsará irremediablemente, porque la experiencia de la pantalla grande tiene un valor insuperable. De la misma manera, este no será el fin del mundo para las y los cineastas nacionales e internacionales, que paso a paso, como los demás, lograrán levantarse.
Pero, sin duda, todo eso tomará mucho tiempo, y mientras Gal Gadot y sus amistades cantan Imagine desde sus mansiones para hacernos sentir mejor, a nosotros nos tocará afrontar la devastación que esta crisis ha provocado en la economía y sobre todo en la vida de miles de personas que hacen posible la producción cinematográfica, ahora desempleadas.
En los meses venideros la industria cinematográfica de Costa Rica requerirá apoyo; por lo que, una vez haya pasado el encierro, cuando salgamos de nuestras casas y queramos ir de un lado a otro como si nos estirársemos después de un largo viaje, sería muy importante que no nos limitemos al streaming y hagamos lo posible para visitar y apoyar las salas.
Cada sector económico requerirá ser atendido para levantarse y nuestro cine no debería ser la excepción, porque a la hora de aliviar los daños en cada sector laboral de nuestro país, no podemos ni debemos lavarnos las manos.
Por ahora, sin embargo, hagámoslo con la mayor frecuencia posible.